Se dice frecuentemente que en estos tiempos ya no hay personas con una conducta política consecuente, que en su vida hayan mantenido sus principios, que hubieran renunciado a sus conveniencias personales y a los beneficios del oportunismo. Pero la muerte de Fernando Maldonado Donoso ha puesto de manifiesto que no es así. En realidad hay muchos ecuatorianos que han vivido con sus principios y han muerto consecuentes.
Fue un notable líder desde joven, en las aulas del Colegio Benalcázar y la Universidad Central, donde ocupó altas dignidades estudiantiles, hasta triunfar para la presidencia de la FEUE en medio de la lucha social de fines de los sesenta. Antes de cumplir 20 años estaba entre los iniciadores del Partido Socialista Revolucionario, PSRE, el sector radical del socialismo, mentalizado por Manuel Agustín Aguirre. Cuando apenas había cumplido 25 años se lo eligió secretario general, es decir jefe nacional, del socialismo revolucionario y activó en la lucha sindical y estudiantil. En los años setenta sufrió persecución. Fue encarcelado en el penal por varios años, “investigado” y torturado junto con otros compañeros de izquierda. Pero luego fue exonerado de las acusaciones que se le habían adjudicado.
A fines de los setenta fue uno de los propulsores de la formación del Frente Amplio de Izquierda y a inicios de los ochenta participó del proceso de reunificación del Partido Socialista Ecuatoriano, del que fue dirigente provincial y nacional, candidato a legislador y consejero.
Por largos años estuvo a cargo de la oficina de coordinación de los municipios amazónicos e hizo carrera como funcionario de Petroecuador. Pero nunca renunció a su vocación de comunicador social. Se había iniciado en los sesenta como joven reportero de EL COMERCIO y participó como docente de la Facultad de Comunicación de la Universidad Central desde su establecimiento en el rectorado de José Moncada, hasta que se jubiló hace pocos años.
Fernando Maldonado era un hombre alegre y múltiple. Tocaba la guitarra y el piano y alegraba las reuniones de amigos y compañeros con sus ejecuciones, a veces improvisadas, en que combinaba la canción protesta, los tangos, los boleros y la música nacional. Fue dirigente deportivo y activo miembro de organizaciones de periodistas. Pero, sobre todo, era un gran ser humano, que respetó a sus adversarios, perdonó a sus torturadores y veía el lado positivo de la vida.
Desde hace algún tiempo limitó su acción política debido a su enfermedad y, según dijo su hijo en el sepelio, al “descarrilamiento” del Partido Socialista en los últimos años. Pero su muerte y su despedida fue la ocasión para que se juntaran sus amigos y compañeros, entre ellos la militancia socialista, que rindió homenaje a su vida y su consecuencia.