El huracán Florence visto desde una cámara en la Estación Espacial Internacional (EEI), ayer, 12 de septiembre de 2018.

El huracán Florence visto desde una cámara en la Estación Espacial Internacional (EEI), ayer, 12 de septiembre de 2018.

¿Cómo y por qué reciben sus nombres los huracanes?

Fotografía facilitada por la NASA. El huracán Florence visto desde una cámara en la Estación Espacial Internacional (EEI), ayer, 12 de septiembre de 2018. Foto: Agencia EFE

En Ecuador no estamos acostumbrados a los huracanes, tifones y tormentas tropicales. Nuestras preocupaciones suelen ser más la actividad de los volcanes y los movimientos sísmicos. Pero para nuestros vecinos del norte, en Centroamérica, el Caribe y Estados Unidos, esta es una inquietud constante.

Si sueles ver noticias, en el último año de seguro escuchaste sobre el huracán María, por ejemplo, que azotó islas caribeñas como Martinica, Guadalupe y Puerto Rico en septiembre de 2018. Solo en este último, un estudio de la Universidad George Washington afirma que se registraron más de 3 000 muertes por situaciones ligadas a la catástrofe. Ahora estamos a la espera de la llegada de Florence a las costas estadounidenses.

Pero muchos se preguntarán, ¿por qué los huracanes suelen tener nombres de personas? Si uno se pone a pensar, en realidad otras catástrofes naturales no tienen nombres. Cuando hablamos, por ejemplo, del terremoto de Pedernales de 2016, lo nombramos por su epicentro o por su magnitud ¿Qué es lo que diferencia a las tormentas tropicales del resto de catástrofes para tener esa facultad de recibir nombres?

El Servicio Nacional Oceánico y de Administración Atmosférica (NOAA, por sus siglas en inglés) explica que, hasta la década de 1950, a las tormentas tropicales se les daba seguimiento según el año en el cual se hayan registrado y el orden en que ocurrían en ese año determinado.

Sin embargo, con el tiempo, los meteorólogos comenzaron a notar que, para fines de investigación científica y gestión de riesgos, era mucho más cómodo el uso de nombres comunes que pudieran ser recordados con facilidad y, por tanto, los nombres cortos eran mucho más ideales.

¿Por qué? Pues reduce las probabilidades de que, durante comunicaciones oficiales verbales, ya sean presenciales, mediante radio o cualquier otro medio de comunicación, surjan confusiones entre unas u otras tormentas.

Durante los siglos XIX y XX, en varias islas del Caribe, estos fenómenos meteorológicos eran llamados con nombres de santos. Cuando se aproximaba una tormenta en alguna época en particular del año, se buscaba la fecha del santo más cercano y se bautizaba al huracán con su nombre. Por ejemplo, con el huracán Santa Ana que azotó Puerto Rico en 1825 o San Felipe, que golpeó a la misma isla en 1876.

El primer registro histórico de la utilización de nombres femeninos para las tormentas es de finales del siglo XIX en Australia. Quien los utilizaba era el meteorólogo Clement Wragge. En la Segunda Guerra Mundial, esta modalidad comenzó a volverse popular entre los expertos en clima que pertenecían al ejército estadounidense que se dedicaban a analizar el tiempo en las islas orientales del océano Pacífico.

En la década de 1950, Estados Unidos inició un plan de dos años para nombrar a las tormentas con un alfabeto fonético y en orden (Able, Beker, Charlie, etc.), pero poco después el plan fue desechado. En 1953, Estados Unidos adoptó oficialmente los nombres de mujeres. Los nombres de hombres comenzaron a ser incluidos en la década de 1970.

Del procedimiento para nombrar a los ciclones se ocupa la Organización Meteorológica Mundial y sigue un estricto protocolo para determinar una lista de varias tormentas tropicales mediante una reunión anual.

La organización hace notar que ni los ciclones ni los huracanes son nombrados en honor a ninguna persona en particular, ni por ninguna preferencia en cuanto a secuencia alfabética.

Sin embargo, las tormentas tropicales sí reciben sus nombres de acuerdo al área en que se encuentran. Los nombres dependerán de la zona; son seleccionados con el objetivo de que sean comunes en las locaciones que se verían afectadas, con el propósito de que las personas se familiaricen con la tormenta.