Cualquier teoría de la democracia se topa con graves problemas: es una forma política occidental, surgió en Atenas, fue cuestionada por Platón, resurgió apenas en el siglo XVIII, se supone que ha funcionado en Estados Unidos y Europa, y con interrupciones en América Latina. Pero en Europa surgieron nazismo y fascismo, ¿o acaso Hitler y Mussolini no ganaron elecciones con apoyo popular?
Karl Schmitt llegó a afirmar que la democracia directa se expresaba en la aclamación del pueblo al caudillo, “¡Heil Hitler!”. Habría que indagar sobre la cercanía de la democracia plebiscitaria a semejante democracia directa.
Al parecer, el poder carece de fundamento, reposa en un vacío ontológico que debe llenar la imaginación colectiva con nociones como pueblo, nación, incluso raza. O revolución, “proyecto”. Nociones desde las cuales se define al amigo y al enemigo.Hay algo aún más intrigante: el poder requiere de la aclamación y lo grotesco para cubrir su falta de fundamento. Alfred Jarry supo percibir el trasfondo grotesco del poder en Macbeth de Shakespeare y explotarlo en su extraordinaria farsa Ubu Rey, estrenada en 1896. Tirano disparatado, atrabiliario y arbitrario, Ubu juega con el destino de sus súbditos. La ambiciosa Madre Ubu, como lady Macbeth, impulsa a su consorte en acciones descabelladas. También Kafka exploró ese trasfondo grotesco en su extraordinaria narrativa. Foucault en su curso sobre los anormales se refirió, en brevísima digresión, al poder ubuesco. El aspecto grotesco del poder parece surgir en épocas bastante remotas. Hay algo de farsa que acompaña siempre al poder.
Parte de los dispositivos del manejo político populista tienen que ver con este componente ancestral. Ejemplos: Berlusconi y sus fiestas, la tontería solemne de Bush Jr., las comitivas de los jeques, la comparsa obsecuente que rodea al Ubu de turno… Hay disposiciones ubuescas: un minuto para el remojo, uno para enjabonarse y uno para enjugarse. Disculpas ubuescas: pensábamos que iba a llover el lunes. Actos ubuescos: se dice que en la URSS exhibieron por unos días el cadáver embalsamado de Chernenko hasta que los jerarcas del PCUS se pusiesen de acuerdo sobre el sucesor.
La tiranía de Ubu fácilmente llega a los desastres de la guerra. Luego, entre los muertos o en su búnker, el patético payaso guerrerista terminará repitiendo la primera palabra de Ubu, “Merdre!”… ¿Acaso no escuchamos el retumbar de los tambores bélicos de un patético Ubu caribeño? El enigma es: ¿por qué los pueblos prefieren el poder ubuesco, la retórica, el espectáculo, las aclamaciones y los himnos a la frialdad de una democracia posible? Si de revolucionarios se trata, he ahí poetas como Jarry y Kafka, que han sabido desnudar a Ubu.