Sucumbíos, Imperio del tigre

Foto: www.fotografianacional.gob.ec y archivo particular

La historia primigenia de la actual provincia de Sucumbíos es una de las más complejas y desconocidas dentro del quehacer investigativo nacional. Pocos son los estudios históricos realizados desde el punto de vista documental, debido a que las fuentes de consulta son muy dispersas; y, más aún, difíciles de acceder por cuanto se hallan generalmente en archivos eclesiásticos. Los religiosos dejaron sus memorias escritas sobre todo en los siglos XVII al XIX, pero que nunca fueron divulgadas por razones propias de su naturaleza clerical.
Al revisar la bibliografía correspondiente al período colonial, se conoce que los primeros españoles en llegar a estas tierras, a las que llamaron “Quijos” y fueron descubiertas por Pizarro y Pineda, formaron la gobernación del mismo nombre, compuesta por los pueblos de Baeza, Archidona, Aguarico y Canelos, la cual fue dada al Capitán Egidio Ramírez Dávalos. Este fundó una ciudad llamada Quijos, de corta duración (Pío Jaramillo Alvarado, La Presidencia de Quito, Quito, Editorial El Comercio, 1938, p. 82).
En 1587, Francisco Pérez de Quezada sojuzgó a los indios mocoas y sucumbíos, fundando además la ciudad de Esija, de efímera duración.
Los primeros religiosos en misionar tierras de Quijos y Sucumbíos, fueron los jesuitas, que llegaron a esta región en 1611 ( Lucas Espinosa Pérez, Contribuciones linguísticas y etnográficas…, Tomo I. Madrid, 1955, p. 43). Más tarde se ven obligados a regresar al Napo debido al fracaso de la misión entre los nativos luego de la muerte del padre Rafael Ferrer a manos de “infieles” de la región. El padre Ferrer fue artífice de esta gran tarea.
Luego del deceso del citado misionero, los jesuitas se retiraron de la zona norte del río Aguarico, razón por la que a partir de la segunda mitad del siglo XVII se hacen cargo de la misión los franciscanos del colegio de Popayán, quienes “evangelizaron desde Pasto hasta Mocoa, incluyendo la zona del río Napo, teniendo como asiento el pueblo de Tarapoa, habitado por cofanes..” (Miguel de Frías, Fr. Informe al Reverendo Padre Juan de Villavicencio, guardián (superior) del convento de Popayán, en 14 de noviembre de mil seiscientos noventa y cinco años).
“Digo a su paternidad reverendísima que en llegado a la región de los Sucumbíos, cuyas gentes se hacen llamar así diciendo en su lengua de encabellados que son hombres descendientes del tigre, razón por la que en sus rostros siempre se dibujan una cara pintada de blanco, amarillo y negro. Son gentes muy pacíficas entre sí, pero guardan guerra con sus vecinos mocoas, conflictivos e intrépidos, que están a la expectativa para robar sus mujeres y niños y que viven al otro lado del Putumayo, río al que guardan veneración señalando que en sus orillas hay oro y látex, por lo que podría entenderse como agua sagrada (…) cultivan a más de plátano, yuca y ají que es el sustento diario junto con la caza y pesca, una planta que les da fuerza y vigor todos los días a la que llaman coque, (coca) cuyas cenizas son empleadas por los hechiceros en sus rituales y su empleo les da poderes sobrenaturales luego de que la cocinan y la mezclan con ceniza de hoja de plátano silvestre.
“Cuando van a la guerra llaman mediante largos tubos de caña a todos los de su grupo, presentándose hombres, mujeres y niños en edad de apoyar el ataque o preparar la defensa. Primero hacen adoración a un cerro que bota siempre humo y que le llaman pashiao (Reventador), que quiere decir señor del fuego; luego se encomiendan al tigre ya que están en su imperio y le dan ofrendas que botan en las orillas más anchas del río Putumayo, lugar donde creen ellos que el animal vive y gobierna (…) es una tierra rica en oro, látex (caucho), piedras que parecen cristales y son muy codiciadas por los naturales porque las usan de adorno (…) emplean un lodo negro que sacan de la tierra de manera abundante, y en más de una ocasión la tienen muy a la mano porque flota del suelo con facilidad. Con él encienden fogatas y se alumbran por las noches. A este fango también le rinden tributo porque consideran que es sangre negra que viene de las entrañas de las montañas y que se riega entre su gente (…) se consideran felices porque su tierra es única y es la mejor de todas las que les rodean, razón por la que la defienden con su propia vida”.
(Archivo histórico del convento de San Francisco de Popayán. Ver cartas a los guardianes (superiores) 1675-1698. Informe vía CBA-Popayán, junio 2018)
No conocemos a ciencia cierta la fecha en que los franciscanos se retiran de la misión del Putumayo, dejando abandonada la región de Quijos y su comarca. El 2 de abril de 1797, Fr. Mariano Ontaneda, rector del Colegio de Misiones del convento de El Tejar, de Quito, comenta: “…digo que en el año de 1784 parecieron en estos países, tres indios originarios del expresado Putumayo solicitando sacerdotes, para que en esas bárbaras regiones fuesen a regar la palabra divina, reducir a los infieles a nuestra santa fe y convertirlos al gremio de la Iglesia. Ellos anduvieron con este objeto por todas o casi todas las religiones de esta ciudad, pero habiendo acertado (porque así lo dispuso la Divina Providencia) en venirse a esta Recolección, se ofrecieron libre y espontáneamente el P. Ltor (lector) Fr. Francisco delgado y el P. Pdor.
(predicador) Fr. Manuel Arias.(Joel Monroy, El convento de la Merced, 1700-1800, Quito, Imprenta del Clero, 1943, p. 491).
Andrés Torresano, “habiendo seguido de misionero a dicho Río, en la segunda expedición, puedo con experiencia propia, de buena fe, y con la verdad que exige mi carácter, satisfacer a las preguntas de V.S. Ilustrísima” (Respuesta al obispo de Quito Miguel Alvarez y Cortez, sobre el Colegio de Misiones de San José-El Tejar. Ver archivo histórico de la Curia Diocesana de Quito. Informes al obispo)
El referido religioso hace un recuento de lo que sucede en las misiones, los padecimientos de los frailes, las limitaciones y carencias propias de un “ambiente mal sano, impropio para quien por más amor que tenga a su vocación, pueda soportar los rigores del clima, así como la extremada distancia que nos separa de Quito (…) estas gentes tienen conflictos diarios con sus vecinos tanto mocoas cuanto cofanes a pesar de que son de una misma línea de descendencia según ellos mismo avisan. Los nativos tienen por creencia que el tigre los ampara en todo momento y que su grito se refleja en los truenos de un monte vecino, razón por la que así mismo se llaman sucumbíos, que quiere decir hombres fuertes y aguerridos, hijos del tigre y la montaña….” (Ibid. folio 5 y siguientes)
La historia moderna de la actual provincia de Sucumbíos puede dividirse en tres etapas: la primera cuando en 1955 fue cantón de la provincia de Napo-Pastaza, siendo su capital Santa Rosa de Sucumbíos; la segunda, en 1959, gobernando Camilo Ponce Enríquez, pasa a formar parte de la provincia del Napo; y, la tercera, el día 11 de febrero de 1989, siendo presidente Rodrigo Borja Cevallos, crea la provincia de Sucumbíos, inicialmente con el nombre de Cuyabeno, con su capital Lago Agrio; sin embargo, por diversas razones, sobre todo políticas, se cambia al nombre de Sucumbíos, y Nueva Loja es la ciudad principal.
*Antropólogo e historiador. Investigador, docente y autor de varias obras.