¿De qué sirve?
¿De qué sirve informar? ¿De qué sirve opinar? En la construcción de un régimen republicano como el de Alianza País, no sólo que estas dos actividades no sirven, sino que además son contrarias a la idea de la reconstrucción de la Patria, donde todos quienes miran sus inconsistencias son considerados simples traidores o gente “de derecha”, que significa esencialmente interesada, mezquina, liberal, todo aquello que puede implicar una amenaza al modelo en cuestión.
Las líneas de tolerancia se fijan entonces frente a una sola ética, la del proyecto, y una sola moral: la establecida por el Estado, confundido siempre con el Gobierno. Esta es una segunda emancipación y los apátridas deben ser sancionados. Tengo que reconocer que esta forma de analizar el gobierno de Alianza País no había pasado por mi mente, pero estos días he leído un par de trabajos académicos desde esta perspectiva, que demuestran en forma lúcida este renacimiento nacionalista donde las líneas de amigo-enemigo cada vez están más claras.
Sobra decir que en este escenario no tiene cabida razones, explicaciones, súplicas, ni siquiera el sentido común. No ha habido manera de explicarle al gobierno y a los asambleístas, mucho menos al señor Panchana, que su ley es una ley mordaza aunque quiera pintarlo de otra manera, que aún cuando refunden la Patria de nada valdrá si no hay libertad para disfrutarla y de nada vale decir tampoco que esa misma ley en manos de personas no tan lúcidas como ellos será aún peor. De nada vale tampoco hablar de los artículos, porque hasta ahora no ha habido nadie que les convenza que la sola existencia de un Consejo, con nominaciones, del registro, de las penalidades, de la responsabilidad ulterior, en conjunto terminan ahogando a todos los que informan y los que opinan, aparte de a los medios de comunicación. Habrán ahogado la interpretación, que es la esencia de cualquier ejercicio del periodismo. La habrán ahogado porque ahora, aún sin ley, ya han logrado una sistemática autocensura de contenidos.
Muchos defienden que se necesita una ley de comunicación y que nunca ha habido una, que eso es esencialmente bueno, pero estas dos semanas les ha demostrado que por más buenas intenciones que puedan tener los asambleístas César Montúfar y Lourdes Tibán, la aplanadora se está imponiendo aún contra el sentido común. La hegemonía del control sobre los medios de comunicación se impone, con marchas o sin marchas, con proyectos alternativos y sin ellos. La ley demuestra una visión del Ecuador como zona de ocupación, donde la prensa es el enemigo, sin matices, ni excusas ¿qué podemos esperar?
Los que escribimos y los que hacen periodismo en medios sabemos que será necesario un abogado hasta para cruzar la calle. Ese será el costo de opinar, pero muchos estamos dispuestos a correr el riesgo. Al menos esa herencia de honor quiero dejar a mis hijos.