No es el día de visitas, pero el movimiento es ajetreado en el interior del Centro de Privación de la Libertad (CPL) de Ambato. Desde los pabellones, decenas de personas, entre jóvenes y adultas, caminan por el patio central y se alistan para comenzar una nueva jornada de clases presenciales y vía ‘online’. Llevan en sus manos libros y cuadernos.
A las 08:30 ya no se escuchan gritos por los corredores; todos están en las aulas de clase en la Unidad Educativa CPL. Esta funciona en este centro carcelario.
En cinco aulas, dos infocentros (equipados con 35 computadores) y la biblioteca (donde hay más de 8 000 títulos de libros) estudian 357 personas privadas de la libertad en las jornadas matutina y vespertina. Por un momento se olvidan de sus problemas y se concentran en su formación académica.
Hay alumnos en la educación básica, nivel medio, bachillerato y de universidad. Estudian en las carreras de psicología, jurisprudencia, parvularia, comunicación, turismo y administración de empresas, a través de convenios con instituciones de educación superior.
Un proceso inclusivo
Los reos se educan en universidades como la estatal de Milagro, Técnica del Norte Central, Fuerzas Armadas (Espe), Técnica Particular de Loja, Uniandes y otras.
La profesora Fernanda Chicaiza labora de lunes a viernes, desde 08:30 hasta las 15:00. La docente imparte en educación básica la asignatura de estudios sociales y, en básica media, lengua y literatura. Labora desde hace cinco años y está acostumbrada a los constantes controles que se efectúan al ingreso. Todos los días debe atravesar por tres filtros instalados por los militares, policías y, finalmente, por los guías penitenciarios.
Mientras avanza la clase, Chicaiza les envía a realizar una consulta sobre los pronombres personales. Dice que el deber deben presentarlo el viernes. César L. está detenido desde hace siete años. Estudia en séptimo de básica, busca graduarse en el colegio y luego ir a la universidad. “Quiero darle a mi hijo un buen ejemplo; quiero ser psicólogo”, dice mientras estudia.
En sus horas libres consulta en la biblioteca, hace las tareas y trabaja en el taller de confección de zapatos. Gana USD 250 al mes, que los invierte en sus estudios y también en su hijo, que vive en España.
El reto de seguir estudiando
En la Unidad Educativa estudian personas de entre los 20 y 50 años. Están recluidos por asesinato, estafa, delitos sexuales y otros. En las provincias de la Sierra central al menos 2 449 prisioneros cursan el nivel básico y de bachillerato. Según la Coordinadora Zonal del Ministerio de Educación en Chimborazo estudian 140, en Tungurahua son 357 y en Cotopaxi otros 2002.
Fidel Martínez, director del Centro de Privación de la Libertad de Ambato, explica que 357 de los 896, es decir, el 41,95% de la población carcelaria, está estudiando.
Con el apoyo del Ministerio de Educación y el Servicio Nacional de Atención Integral de los Adultos Mayores y Adolescentes Infractores (SNAI) se fomenta la educación en los detenidos.
Al momento, 40 personas cursan el nivel superior y otras 18 se alistan para rendir la prueba de ingreso a la universidad en los próximos meses. Los restantes estudian en los niveles de educación básica media y de bachillerato.
Este logro es gracias al aporte del Ministerio de Educación, que aporta con 16 maestros que laboran en la Unidad Educativa CPL. A esto se suma la Diócesis de Ambato, que ayuda con las instalaciones, y de la empresa privada, que ha donado equipos de cómputo para que puedan estudiar y consultar.
El sueño profesional
A sus 30 años Diego L. estudia en el quinto semestre en la carrera de Psicología en la Universidad Técnica Particular de Loja. Cuenta que antes de ingresar al centro carcelario estudiaba en la noche Jurisprudencia y en la mañana trabajaba como asistente judicial en diferentes consultorios jurídicos.
Fue sentenciado a 29 años de reclusión por un delito sexual. “Estoy detenido seis años y, en este tiempo, logré sacar mi título y ahora voy por el segundo. Estamos desarrollando nuestra forma de pensar y la idea es sentirnos útiles con la sociedad”, cuenta.
Él acude siempre a la biblioteca a cargo de Miguel Q. Esta labor la cumple desde hace dos años y medio. Él ayuda a los estudiantes a buscar los títulos de las obras en medicina, literatura, informática, psicología, jurisprudencia y más que requieren para efectuar sus deberes. Con una autorización, van a ese sitio con la lista de los libros que necesitan para consultar.
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