Testimonio de Julieta Ortiz: ‘Mi esposo iba a EE.UU. y no aparece’
Julieta Ortiz muestra las fotografías de su esposo Gonzalo Sarmiento, el ecuatoriano que buscaba llegar a los EE.UU., y hoy está desaparecido. Foto: Cortesía
Julieta Ortiz cuenta su testimonio acerca de la migración de su esposo Gonzalo Sarmiento hacia Estados Unidos.
"He vivido una pesadilla desde que mi esposo Gonzalo Sarmiento decidió migrar sin papeles a Estados Unidos. Él intentó cruzar la frontera de ese país en dos ocasiones, pero no lo logró.
Ahora está desaparecido, aunque sus compañeros de viaje aseguran que murió en el desierto de Texas.
Todo comenzó el año pasado cuando decidió intentarlo por primera vez y luego este año. En el 2020 se marchó, porque no conseguía trabajo. Su sueño era pagarles una buena educación a nuestros tres hijos.
Lo que yo ganaba en un restaurante solo nos alcanzaba para comer.
Un amigo le dio el contacto de un coyotero y nos cobró USD 15 000.
Para pagarle pedimos un préstamo al banco. Mis familiares y los hermanos de mi marido también nos ayudaron con dinero. La primera travesía comenzó el 2 de marzo del 2020. Ese día, él cogió un bus interprovincial desde Alausí hasta Guayaquil. De ahí tomó un vuelo a Ciudad de México y luego otro avión hasta Chihuahua. Desde ahí caminaron hasta cruzar la frontera y finalmente llegar al desierto de Texas.
Caminó por horas hasta que se deshidrató y ya no pudo seguir el trayecto con el resto de migrantes, pues había entregado su botella de agua a una familia peruana. Todo eso me contó cuando fue deportado seis meses después. Ahí me dijo que estuvo detenido y que al quedarse solo llamó por celular al 911, pidió ayuda y lo rescataron. Luego de recibir atención médica, la Patrulla Fronteriza lo llevó a la cárcel La Palma.
Después de ser arrestado no tuve noticias de él durante cuatro días. En mi desesperación contacté a una pariente de Estados Unidos. Ella me ayudó con el número de teléfono de una agente de Migración. La llamé y averigüé qué ocurrió con él y me informó que estaba en esa prisión.
Recién a los 15 días le permitieron llamarme. Cuando escuché su voz me volvió el alma al cuerpo. Dijo que no podía hablar y que estaba bien.
A los cuatro meses se contagió de covid en esa cárcel. Me llamó y me contó que lo aislaron y solo me dijo que no me preocupara. De la desesperación contraté un abogado que me cobró USD 2 500 y lo sacó.
Finalmente volvió a Ecuador, pero la situación económica no mejoró.
Pasaron tres meses y no lograba conseguir un trabajo estable. Las deudas en los bancos crecieron.
Recuerdo que era diciembre del 2020 cuando me dijo que intentaría cruzar nuevamente hacia los EE.UU.
No estuve de acuerdo, pero recuerdo que me dijo: ‘Mija, confíe en mí, ya conozco el camino. Todo saldrá bien’. No tuve otra opción que apoyarlo. Gonzalo volvió a irse el 15 de febrero de este año. A la medianoche salimos en un bus desde nuestra parroquia Achupallas hasta Quito. Lo acompañé hasta el aeropuerto.
Allí nos despedimos. Me dio un beso, un abrazo y me pidió que cuidara a nuestros hijos de 16, 9 y 2 años.
La ruta fue Panamá, Cancún y Chihuahua. En todo el recorrido me enviaba mensajes y notas de voz por WhatsApp. El último texto que recibí fue el 10 de marzo del 2021.
Desde entonces pasaron ocho días sin saber nada de él. Estaba muy nerviosa y tenía un mal presentimiento, así que llamé al coyotero a preguntar qué pasó con mi esposo.
Ahí me enteré que él y el resto de migrantes huyeron por una montaña para escapar de la Patrulla Fronteriza, pero no me dio más detalles.
Junto a él viajaban 15 migrantes más. Cinco de ellos eran ecuatorianos de Cañar y Chimborazo.
Luego recibí un mensaje de voz de uno de los compañeros de viaje de mi esposo. Me contó que al intentar subir la montaña, una piedra se desprendió, le golpeó la cabeza y falleció en el condado de Presidio, Estado de Texas. Cuando escuché ese mensaje solo comencé a llorar. No podía creerlo. Fue terrible.
Al día siguiente me comuniqué con la Cancillería y con el Consulado de Ecuador en Houston. Pedí ayuda para dar con el paradero de mi esposo, sea vivo o muerto.
Llamé a uno de los compañeros que estuvo con él. Le pedí que me diga dónde está el cuerpo de Gonzalo.
La ubicación que él me proporcionó la envié al Consulado.
Supe que agentes de Migración organizaron una búsqueda en ese lugar, pero no hallaron los restos. Tampoco encontraron su pasaporte.
Son cuatro meses que no sabemos nada de él. Mi familia está destrozada emocionalmente. Mis hijos eran muy apegados a su papá. Por ejemplo, mi hijo de dos años está pendiente de quien llega a la casa. Cuando escucha el sonido de un auto sale corriendo por la puerta, porque piensa que su papá regresó.
Mientras las autoridades de Ecuador o de los Estados Unidos no me confirmen que encontraron sus restos, todavía tengo la esperanza de que mi esposo esté vivo”.
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