Miembros de la Armada asistieron al funeral del infante de Marina Wílmer Álvarez, que falleció en el Hospital Militar de Quito tras resultar herido por un atentado en Mataje. Foto: EL COMERCIO
La sala del Hospital Militar donde permaneció 16 días en recuperación, el infante de Marina Wílmer Álvarez, fue el sitio donde celebró el cumpleaños 13 de su hija Niurka, la mayor de cuatro hijos.
La mañana del jueves, 5 de abril del 2018, recibió la visita de sus familiares y cantó el cumpleaños feliz con ellos, recostado en su cama. En su rostro se reflejaba una amplia sonrisa.
Aunque no asimilaba la pérdida de sus piernas, ocurrida durante la explosión de una bomba mientras patrullaba en la población de Mataje, el pasado 21 de marzo, tenía deseos de seguir viviendo.
Cuando culminó de cantar pidió que su hija y su hermana de madre, Noelia Nazareno, le dieran un beso en la mejilla cada una de ellas y las abrazó.
Horas antes, Álvarez le había dicho a Washington Nazareno, su padre de crianza, que cuando se recuperara celebrarían su cumpleaños 38, pues no lo hizo porque estaba de servicio.
Sin embargo, eso no ocurrió porque la tarde del jueves falleció cuando se le realizaba la limpieza de las heridas tras la mutilación de sus extremidades inferiores.
“Todos quedamos sorprendidos cuando después de una hora de haber sido llevado, nos reunieron a la familiares para comunicarnos que había fallecido, pero si todo estaba bien”, dijo Johnny Nazareno, hermano de madre del militar.
Tras su deceso, el cuerpo del marino fue despedido con honores en Quito. Al aeropuerto Carlos Concha de Esmeraldas arribó pasado el mediodía de este viernes, 6 de abril, cubierto con una bandera de Ecuador.
Decenas de amigos su promoción fueron a recibir sus restos. Una breve ceremonia militar se realizó en las afueras del Aeropuerto y luego fue llevado a su casa, en la Isla Piedad, un barrio ubicado cerca la ribera del río Esmeraldas, donde se crió Álvarez.
El cabo Fabián Gómez era amigo cercano de Wílmer. Recuerda que en diciembre del 2017, regresaron a San Lorenzo después de seis meses estar en el curso para sargento segundo, en Guayaquil.
El ascenso estaba previsto para diciembre de este año, y ya hacían planes como compañeros de la promoción de marineros del año 2004, para celebrar en familia.
Familiares, amigos y compañeros asistieron al velorio del infante de la marina que falleció tras ser herido en la explosión de Mataje. Foto: EL COMERCIO
La noche del lunes 20 de marzo, Gómez llegó a la base de San Lorenzo, después de cinco días de patrullaje.
En la habitación compartieron con Álvarez, quien le comentó de las nuevas películas de estreno.
Al día siguiente, 21 de marzo, le tocaba ingresar para relevar a Gómez, que se iba libre. “En cuadro días salgo yo también”, dijo Wílmer mientras alistaba sus cosas para el patrullaje del día siguiente, cuando estalló una bomba que mató a tres militares y dejó 14 heridos.
Entre los 131 amigos de su promoción no podían creer ayer que otro de sus compañero había muerto. A su velatorio llegaron más de la mitad de sus excompañeros vestidos de camuflaje.
Un uniforme parecido llevaba puesto el infante de marina y sobre su féretro está una boina de color negro.
Las más afectadas por la pérdida fueron la madre del militar, Martha Pimentel y su esposa Marjorie Napa. Sus familiares debieron sacarlas del velatorio, porque no soportaba ver a Wílmer en el féretro.
Al barrio Isla Piedad también llegaron amigos de la juventud, quienes había elaborado un lona con su fotografía y alrededor, todos los amigos más cercanos.
Mauricio Banguera, amigo de la infancia de Wílmer, llegó desde Guayaquil. “De niños vendíamos limón, huevos, CD y usábamos un triciclo que le compró su mamá para hacer carreras en el mercado”, recuerda el hombre.
Ahí también estaba Gina Quiñónez, quien fue parte de la organización de un bingo para recaudar dinero para las familias del cabo Wílmer Álvarez. “Hicimos muchas actividades para recoger dinero, porque pensábamos que podrían salvarle la vida”, dijo.
En el barrio lo recuerdan como un gran organizador de las actividades sociales. Amaba jugar fútbol y lo hacía en sus días francos, en una cancha que está detrás de su vivienda, cerca al río. Por su característica de juego de decían ‘Otilino’.
El sepelio estaba previsto para el este sábado, a las 10:00, en el campo santo Jardines de la Paz, en el sur de la ciudad de Esmeraldas, en la vía Atacames.