Dilma Rousseff, mandataria de Brasil. Foto: Archivo
A diferencia de épocas pasadas en las que líderes políticos ni pensaban en ir a un partido de fútbol, hoy este es un espacio de acción política en que buscan los mejores beneficios.
Alentar a sus jugadores hasta en los vestidores-con la debida cobertura mediática– o sintonizarse con las emociones que genera el fútbol en el pueblo, a través de redes sociales, es parte de su agenda oficial.
Al primer canciller de Alemania y uno de los padres de Europa, Konrad Adenauer, o al presidente alemán, Theodor Heuss, ni por un instante se los imaginó en un cotejo futbolístico (1950-1960). Menos aún ver al militar y presidente de Francia, Charles de Gaulle, en la final de Suecia (1958) con la camiseta 23, como lo hizo Jacques Chirac, en 1998. Esto es apenas parte de lo que reseñó el diario francés Le Monde.
Hoy los gobernantes no se permiten mostrarse indiferentes, al fin y al cabo este deporte suscita interés ciudadano, lo aseguró a este medio Albrecht Sonntag, director del proyecto ‘Free’, sobre investigación del fútbol en la Europa ampliada.
A día seguido del traumatismo que vivió Brasil con su caída 7-1 ante la selección alemana, ya se hablaba de un cambio de estrategia para “despegar” a Dilma Rousseff , quien busca la reelección el 5 de octubre.
Las primeras declaraciones del secretario de la Presidencia, Gilberto Carvalho, mostraron el vuelco que se le quiso dar a la histórica derrota: “La Copa es la Copa. Ahora es el momento de sufrimiento, pero en agosto se dará vuelta la página. Como gobierno debemos dejar claro que la infraestructura funcionó perfectamente. Las elecciones son otro capítulo”.
Esta postura de separar el fútbol de la política tiene bases históricas: en 1998, pese a la caída de su selección contra el equipo anfitrión del Mundial de Francia, Fernando Cardoso se reelegió en primera vuelta.
En el Mundial Corea-Japón, Brasil ganó la Copa, pero el candidato oficialista, José Serra, perdió ante Lula. En los mundiales de Alemania y de Sudáfrica perdieron, pero Lula ganó la reelección (2006) y Rousseff, llegó al poder ( 2010).
Desde la Constituyente de 1988, las elecciones presidenciales brasileñas coinciden con los campeonatos mundiales, pero nunca ocurrió la humillante eliminación que acaban de vivir. Esto se exacerba más si se toma en cuenta la popularidad del fútbol y las cinco veces que han sido campeones. A esto se suma que la organización del Mundial-que movió USD 11 000 millones del erario nacional- y los Juegos Olímpicos 2016 fueron motivo de protestas, al ser considerados instrumentos de propaganda estatal, que dejaron de lado inversiones en salud y educación.
Como consecuencia de esto, el desánimo de los brasileños es doble y aunque para ellos el fútbol es religión, los analistas insisten que para la población su bolsillo es más importante y pesará a la hora de escoger presidente. La economía brasileña se prevé crezca apenas 1% este año y la inflación alcanza 6,52% en 12 meses, hasta junio, según el Banco Central. Analistas del banco suizo UBS creen que para dinamizar la economía se necesita resolver los problemas del “sistema de servicios públicos, la corrupción, unas infraestructuras oxidadas y una clase media desencantada”.
Misma receta en Argentina
El gobierno de Cristina de Kichner también ha utilizado el fútbol para diluir el malhumor social y que en la Copa no se hable otra cosa que de fútbol. Esto lo dijo un operador de Fútbol para Todos, el mayor canal de propaganda oficialista, al diario La Nación. Una evidencia de esto fue la orden de Cristina de que la lista de jugadores para el Mundial se anuncie, en Canal 7 junto al Gobierno. A través de la TV pública se ha visto que Lionel Messi haría un mejor papel en lo suyo que el ministro Axel Kicillof, en la economía. La inflación, la caída de la actividad, los incipientes despidos, el ‘default’ de la deuda, el escándalo por corrupción del vicepresidente, Amado Boudou, tienen a maltraer a la Presidenta, que desistió de ir a la final, para evitarse “un mal rato”, como Carlos Menem lo vivió en Italia 1990.
Otro manejo en Alemania
La canciller Ángela Merkel, en cambio, usa la popularidad del fútbol con mucha prudencia, contrariamente a sus predecesores Gerhard Schrölder y Helmut Hohl. Su imagen no depende de la ‘performance’ de su equipo, aunque esto le ha ayudado a tener un perfil menos frío y lo que ha podido resaltar de este nacionalismo es un mensaje a favor de los esfuerzos de su política de inmigración e integración que ha impuesto en su propio campo.
Ella sabe bien que si posa con los jugadores de la selección en los vestidores es por simpatía, pero no tiene ningún impacto en la curva de su popularidad.
La imagen que ha construido es la de “mamá” de la nación, por lo que ir en el mismo avión con el presidente, Joachim Gauck, a la final mundialista no es algo que le preocupe.
Ser creíble siendo fanático del fútbol es un verdadero desafío para los políticos. Hoy los gobernantes, quieran o no, están “condenados a jugar el juego de la recuperación política”, apunta Albrecht Sonntag.