En las calles de Quito, miles de personas se dedican al comercio ambulante en busca de su sustento diario. Según el censo del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC) de 2022, en la capital había 17 000 vendedores no regulados en ese entonces. Un año después se registraron 28 000, según el Municipio.
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Andrés Campaña señala que en sectores como Calderón, la avenida principal de El Comité del Pueblo y la 25 de Julio en Cotocollao, hay una alta presencia de vendedores ambulantes que prefieren vender en las calles para evitar costos como arriendos y alícuotas en los mercados.
Además, los productos en la vía pública suelen ser más baratos, lo que atrae a los compradores.
Quito sin Plan Maestro de Comercio
En un inicio, se anunció que el Plan Maestro de Comercio iba a estar listo para octubre de 2023, pero la Secretaría Metropolitana de Comercio no logró desarrollarlo. Por ello, se contrató a la Universidad Central del Ecuador para realizar un estudio valorado en 195 000 dólares más IVA. Así lo detalla Campaña.
El concejal dice que este plan maestro no existe, ya que su aprobación debería pasar por el Concejo Metropolitano, un tema que nunca se ha tratado. “Mientras tanto, Quito sigue siendo la ciudad con mayor desempleo del país y la informalidad aumenta”.
Contexto nacional: pobreza en aumento
El comercio informal se refleja en Quito. Según la Encuesta Nacional de Empleo, Desempleo y Subempleo (Enemdu) de diciembre de 2024, el 28 % de la población ecuatoriana vivía en la pobreza, con ingresos inferiores a 91,43 dólares mensuales por persona. De este grupo, el 12,7 % enfrenta pobreza extrema, con menos de 51,53 dólares al mes.
Estas cifras son las más altas desde la pandemia de 2020. La brecha entre áreas urbanas y rurales es evidente: mientras en las ciudades el 20,9 % de la población es pobre, en el campo la cifra alcanza el 43,3 %. La pobreza extrema también es mayor en zonas rurales, afectando al 27 % de sus habitantes, frente al 6 % en las áreas urbanas.
Además, el 32,4 % de los ecuatorianos enfrenta pobreza por necesidades básicas insatisfechas, una métrica que evalúa carencias en vivienda, servicios básicos, educación y capacidad económica, dice el INEC.
Un problema sin solución clara en Quito
Miles de personas venden en las calles de Quito. Foto: Julio Estrella / EL COMERCIO.
El comercio informal en Quito debe alinearse con el Plan Maestro de Uso y Gestión del Suelo, aprobado en 2024. Este documento busca ordenar la actividad comercial y proteger espacios emblemáticos como el Centro Histórico. Sin embargo, la falta de un plan específico para regular el comercio informal agrava el problema, según Campaña.
El mismo concejal afirma que mientras tanto, miles de familias dependen del comercio ambulante en Quito. Esta realidad, visible en todo el país, se acentúa en la ciudad por su rol como centro político y económico.
La presidenta de los Comerciantes Autónomos de Quito, María Ortega, detalla que la pobreza y el desempleo empujan a muchas personas a trabajar en las calles, en el comercio ambulante.
También afirma que la venta informal genera una competencia desleal, porque en la calle los precios de los productos son más baratos que en los establecimientos certificados.
Según el último Plan de Comercio citado por el Municipio en una de sus propuestas para aprobar ordenanzas sobre esta materia, más de 28 000 personas se dedicaron al comercio ambulante en Quito en 2023, que es un 41 % más que en 2018.
De este total, el 65% es mujer y el 50 % asegura estar en las calles por falta de oportunidades laborales. Además, el 80% de los comerciantes reinvierte sus ventas diarias, lo que indica que su sustento depende enteramente de su jornada.
Ocho de cada 10 comenzaron con un capital inicial de hasta 20 dólares. La mayoría trabaja siete días a la semana, dedicando entre 10 y 12 horas diarias a sus actividades.
Qué hay detrás del comercio ambulante en Quito
EL COMERCIO recorrió las calles de Quito para conocer las razones que llevan a las personas a salir cada día a vender. Durante el recorrido, se conocieron los testimonios y miedos de tres mujeres, dos de ellas prefirieron mantenerse en el anonimato.
Carla Guerrero vende bolsos en el Centro Histórico de Quito. Foto: Julio Estrella / EL COMERCIO.
Carla (nombre protegido) tiene 33 años y trabaja en el comercio informal en el Centro Histórico de Quito. Durante la entrevista, vendía bolsos a cinco dólares. Los compra al por mayor en tres dólares y luego los revende.
Sigue la misma ruta que recorría su madre, Claudia, quien, debido a problemas de salud, ya no puede trabajar y depende de las ventas de su hija para costear sus medicamentos. Carla contó que ella también recibe tratamiento para la esquizofrenia.
Desde hace seis meses, recorre las calles del Centro en la venta de bolsos, papel higiénico o cualquier otro producto disponible. Llega a las 09:00 y se queda hasta las 18:00. Vive en Toctiuco junto a su madre.
“El problema es que el personal del Municipio (AMC) no nos deja vender tranquilos. Nos quitan la mercadería, nos tratan mal y nos obligan a movernos de lugar”.
Antes de marcharse del lugar donde estaba, mencionó que no completó la educación primaria y ahora debe trabajar en la venta ambulante.
Sonia Narcisa vende la fruta de temporada en las calles del Centro Histórico de Quito. Foto: Julio Estrella / EL COMERCIO.
En esa misma zona comercia Sonia Narcisa, de 56 años. Vendía achotillos a 1 dólar la funda.
Desde pequeña ha trabajado en las calles del Centro. Acompañaba a su madre, quien ya falleció, y a su hermana, que vende helados.
Tiene dos hijos y cuatro nietos. Trabaja para ayudar a mantenerlos y pagar el arriendo.
Comentó que, con frecuencia, debe cambiar de sitio para evitar que los agentes de control le quiten su mercadería. Prefiere vender en la calle porque, según ella, “la gente ya no entra a los mercados, porque es más barato comprar afuera”.
Cuando le ofrecieron un puesto en el mercado, rechazó la opción: “Ni las señoras del patio de comidas venden sus platos, peor yo, que solo vendo fruta”, señaló. Además, resaltó que los costos de arriendo son un obstáculo adicional.
En varias ocasiones, los agentes intentaron quitarle su producto, pero ella prefirió botarlo en la calle antes que entregarlo.
Sofía Paz vende ramos de flores en las calles del Centro Histórico de Quito. Foto: Julio Estrella / EL COMERCIO.
Una historia parecida es la de Sofía (nombre protegido), de 69 años, quien vende flores en Quito.
Tiene dificultad para caminar y ofrece ramos de flores a un dólar. Cuando se la encuentra, sonríe y conversa amigablemente.
Confiesa que estaba tomando un respiro tras ser forzada a moverse por una agente de control.
“Me venía empujando del brazo. Y si me caía… Tengo dificultad para caminar, pero sí puedo moverme. No respetan ni la edad ni tienen consideración.
Lleva 30 años vendiendo flores en el centro de Quito. Su jornada se inicia a las 04:00, pues vive en la Mitad del Mundo y debe llegar a la ciudad a las 06:00.
Tiene seis hijos, cuatro de ellos casados y dos en la universidad pública. Todos los días la acompaña una de sus hijas, quien también vende flores.
Cuando se le pregunta por qué sigue trabajando a su edad, explica que necesita cubrir el costo de su tratamiento médico.
Hace un mes y medio estuvo hospitalizada debido a una úlcera gástrica. Además, debe comprar una caja de pastillas que cuesta 55 dólares y, más medicamentos para el corazón, que tiene un valor de 13 dólares.
“Imagínese… Si un ramo de flores no se vende, se pierde. Tengo que encontrar la forma de vender”.
Permanece en el centro hasta las 14:00, pues su hija tiene clases y no tiene con quién regresar a casa.
Asegura que, de cada caja de flores que compra, su ganancia es 2,50 dólares. Apenas le alcanza para el arriendo y los medicamentos. “Antes tenía un bono, pero me lo quitaron”.
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