En la Amazonas y Gaspar de Villarroel, una niña vendía golosinas a los conductores de los autos, el viernes. Foto: Diego Pallero / El Comercio
Una niña de 2 años camina descalza por el parterre de la av. Diego Vásquez de Cepeda (Carcelén), mientras su madre vende fruta. En la av. De la Prensa, un pequeño que no pasa de los 8 años mete mandarinas en una malla.
En la Amazonas, una menor de no más de 10 años vende chicles entre los autos. Mal colocados la mascarilla o sin ella, cada día se exponen en la calle al trabajo informal y al covid-19.
Ellos forman parte del grupo de niños, niñas y adolescentes trabajadores de Quito. Entre ellos se considera no solo a quienes venden, sino a quienes piden dinero y a los que acompañan a sus padres a trabajar.
El primer estudio a profundidad sobre trabajo infantil en Quito se efectuó en noviembre del año pasado. Antes no se sabía, por ejemplo, que el 71% de los niños trabajadores tiene entre 5 y 14 años, ni que el 74% de los padres y madres de esos niños empezó a laborar antes de los 18 años.
Tampoco que las administraciones Eloy Alfaro (sur), Manuela Sáenz (Centro) y La Delicia (norte) son donde la mayor cantidad de niños trabajan desplazándose en la calle, en un puesto sobre la vereda o en la vía pública. Y que aún hay pequeños que laboran en minas, canteras y fincas.
El estudio reveló que en Quito, el 3% de niñas, niños y adolescentes, es decir 25 600, realiza trabajo infantil.
El Diagnóstico Situacional del Trabajo Infantil en el Distrito fue liderado por el Consejo de Protección de Derechos. Gisella Chalá, vicealcaldesa y presidenta de la entidad, indica que se basa en una investigación cualitativa y cuantitativa con encuestas a 3 200 hogares con menores que trabajan.
Chalá explica que se está puliendo una ordenanza, y que el tener el estudio es un gran avance. Insiste en la necesidad de atender el problema con política pública y enfatiza en la importancia del compromiso del Gobierno Central para desnaturalizar esta actividad; más ahora que debido a la pandemia se agravó.
La suspensión de clases hizo que los vendedores informales salieran a las calles con sus hijos -dice Chalá- y las personas que perdieron sus empleos también encontraron en la informalidad una opción. Gabriela Quiroga, secretaria de Inclusión Social del Distrito, coincide con ella y asegura que a raíz del confinamiento, la situación se complicó más.
Brigadas municipales hacen recorridos de sensibilización con la Dinapen y han identificado que en zonas como la Naciones Unidas, la Shyris, la plaza Argentina, Quitumbe y las plataformas gubernamentales, el problema empeoró. Con base en el trabajo de campo que realiza a diario, calcula que el número de menores trabajadores creció un 35 o 40%.
Durante las intervenciones se acercan a la familia de forma amigable, confirman el parentesco con los menores y les explican por qué es inseguro que los acompañen a trabajar.
Incluso han identificado lugares donde los padres alquilan a sus hijos para que trabajen o mendiguen. Un informal vende en promedio USD 8 al día, mientras un niño llega a obtener más de USD 15.
El Centro Histórico es una de las zonas más conflictivas. Las mujeres que venden acompañadas de sus hijos empiezan a salir desde las 09:00. El viernes, en la calle Bolívar, cuatro de ellas ofrecían verduras junto a sus pequeños. En la Imbabura y en la Venezuela, los niños vendían.
Quiroga explica que si ven a una madre con su hijo vendiendo o pidiendo dinero no se la puede sancionar porque esas faltas no están penadas como contravención ni delito.
Daniela Peralta, jefa de atención a habitantes de calle del Patronato San José, indica que la unidad tiene 4 proyectos de erradicación del trabajo infantil de los que se beneficiaban entre 500 y 600 niños cada mes. Pero debido a la pandemia debieron cerrarse. Esos menores -dice- no volvieron a las calles por el trabajo de sensibilización que se hizo. No obstante, hay nuevos casos.
Durante la pandemia se han realizado abordajes a 241 familias con trabajo infantil: se les conciencia a los padres, les entregan mascarillas, les hacen chequeo médico. Además, trabajan en la búsqueda de soluciones permanentes y en la apertura de un nuevo centro cuando sea seguro hacerlo.
Según el estudio, el riesgo para los niños es alto, las principales dolencias que registran son agotamiento, fiebre, lesiones, heridas, quemaduras y problemas en piel y ojos.