La naranjada embotellada se volvió una oportunidad de trabajo en las calles de Quito

El negocio también llegó a la avenida Mariscal Sucre, antes del ingreso al túnel de San Juan. Foto: Alfredo Lagla/ EL COMERCIO

La naranja nació verde, y el tiempo no solo que la amarilló, sino que la ha convertido en el producto de moda: el jugo de esa fruta se vende embotellado en las calles de Quito.
El negocio empezó hace un poco más de cuatro meses y es una forma de afrontar el desempleo. Juan Gualotuña, por ejemplo, pasó de ser profesor de artes marciales a las artes culinarias de la naranja. “Sigo sacando brazos”, dice con humor mientras presiona una palanca que permite exprimir el jugo de la fruta, en su puesto ubicado en la Mariscal Sucre, a la altura de San Carlos.
No le hizo falta una carta de recomendación, referencias personales ni experiencia. Gualotuña, quien daba clases en un taller barrial pero fue despedido cuando hicieron un recorte, pagó USD 40 por un exprimidor de metal.
Buscó una mesa vieja pero firme que tenía en su cocina, colocó un mantel, dos tazones grandes para separar el jugo de las pepas, un cuchillo y asunto resuelto. No se le pasó por la cabeza que una Ordenanza, la 280, prohíbe usar el espacio público para exhibir o vender producto sin el permiso de la administración zonal.
Desde hace un mes, Gualotuña vive exprimiendo naranjas y envasando el jugo. Su día empieza a las 04:00, cuando va al mercado de San Roque en busca de la fruta junto a Alondra, su esposa y colega de naranjadas. Pueden elegir entre varias opciones: la ecuatoriana que cuesta USD 22 el quintal (aproximadamente 250 unidades) pero es amarga; la mixta, que cuesta USD 20, es muy seca y no rinde, o la colombiana, que vale USD 27 y es la más dulce y jugosa. Esta última siempre es su elección.
Alquilan una camioneta que les cobra USD 15 por llevarlos hasta el puesto de trabajo y a las 06:30 comienza la venta. Trabajan hasta las 15:00. Cada día venden unas 100 botellas. La ganancia bordea unos USD 25 al día entre ambos. Lo que más disfruta del oficio, dice Gualotuña, es conversar con la gente, y escuchar cuando le agradecen porque han logrado evitar un resfrío con el juguito.
Un estudio de la Agencia de Comercio del 2013 reveló que en Quito había más de 12 000 informales. Pero ahora más gente ha decidido buscar un sostén en las calles, fenómeno que para Galo Reascos, sociólogo, es el resultado de los despidos y la crisis económica.
Katy Avilés, vendedora de jugo en la Madrid y Andalucía, considera que hay nobleza en su actividad. Lo recita convencida: “La naranja contiene vitamina C, es cicatrizante, levanta el sistema inmunológico, ayuda a la piel y al crecimiento del cabello”. Amén.
Avilés tiene su puesto desde hace cuatro meses. No importa si llueve o calienta el sol, el producto igual se vende. En el último mes, otros tres puestos se han abierto junto al de ella, pero lo curioso es que la venta de Avilés no ha disminuido. Ella oferta al día unas 50 botellas, cada una a USD 1.
Pasando un día, Avilés acude al Mercado Mayorista en busca de la fruta y compra unos cinco quintales. Además, allí adquiere las botellas de plástico: 250 unidades por USD 35. Para llenar una botella necesita de seis a siete naranjas.
En el mercado de San Roque el incremento en la venta de esta fruta es notorio. Marina Ríos es dueña de uno de los cuatro puestos que venden naranja y pese a que no quiere hablar de cifras, asegura que desde el mes pasado vende un 25% más de frutas que antes.
La naranja ecuatoriana está cara actualmente porque apenas está empezando la época de cosecha. Avilés espera que en las próximas semanas baje el precio, al menos a la mitad, y se endulce la fruta para poder aumentar su ganancia.
En un recorrido de tres horas por Quito, se avistaron 19 puestos de venta de naranja, principalmente en la Eloy Alfaro, Granados, Occidental, Los Fresnos, 6 de Diciembre, Juan de Celi y Miraflores.
A pesar del buen sabor y de los beneficios de esta fruta, la venta del jugo en las calles es una actividad que no está permitida. La vocería de la Agencia de Comercio del Municipio admite que ha habido una proliferación descontrolada de este tipo de negocios.
El año pasado, la agencia regularizó a 5 400 comerciantes autónomos entre ambulantes y vendedores en medios de transporte. La mayoría de ellos, trabajadores que por más de 30 años se dedicaron a vender chicles, a limpiar zapatos…
Ahora, el ‘boom’ de la naranja ha vuelto más crítico el problema. Según la Agencia, se está planificando realizar un censo para tener claridad en el número y la ubicación de estos nuevos comerciantes.
En los dos últimos meses se han realizado más de 94 operativos grandes para controlar las ventas informales en las calles. En ellos han sancionado a varios vendedores de jugos, pero la tarea es difícil, por la propagación.
Gabriela Larreátegui, supervisora de la Agencia de Control, explicó las razones: las ventas generan tráfico vehicular y desorden en la ciudad, no cumplen las normas higiénicas del manejo del producto y no cuentan con permisos.