Al igual que a la mayoría de habitantes de Quito, a Daniela Acosta el reciente paro indígena le causó problemas a nivel profesional y a ella, algo menos, en lo personal. Hoy, los intenta superar.
Reflexiona sobre lo ocurrido y lo que deberíamos hacer para que hechos así no vuelvan a repetirse.
¿Le afectó el paro?
No pude atender a mis pacientes, porque me decían cosas como: “No hemos podido seguir el menú, no encontramos los ingredientes, no hemos podido hacer las compras, comemos todo lo que hay aquí”. Entonces, no podían seguir el tratamiento.
¿Y en lo personal?
Directamente no, pero (y esto era compartido también por amistades), lo que sentíamos era una especie de malestar emocional; es decir, estar mirando todo el tiempo lo que ocurría en las redes sociales, en las noticias… el ambiente mismo era como muy tenso. Entonces fue más como un agotamiento mental.
¿Una incertidumbre de qué pasará, cuándo terminará?
Sí y recuerdo que en un punto en que ya me venía sintiendo mal, vi un video donde estaban niñitos indígenas y no tenían más de 5 años y me impactó demasiado que estén viviendo eso cuando ellos ni siquiera entendían qué estaba pasando y, sin embargo, estaban ahí.
¿Y ahora que la situación se está normalizando?
El ambiente está más tranquilo, pero queda esa incertidumbre, primero, por ver tanta polarización en la sociedad y, segundo, por no saber qué harán el Gobierno y las organizaciones indígenas para resolver los problemas. Para que las cosas queden como en paz este momento, pero más adelante quién sabe.
Daniela Acosta es nutricionista y estudiante. Foto: Julio Estrella / EL COMERCIO
¿Cree que los reclamos indígenas se justificaban?
Me parece que, específicamente, no tienen mucho fundamento porque ya no se pueden sostener esos subsidios (a los combustibles); y ahora que en un porcentaje se volverá a destinar recursos para ese fin, pienso que se va a descuidar educación, salud…
¿Qué faltó entonces?
Quizás hizo falta más socialización por parte del Gobierno respecto a las medidas económicas que le tocaba tomar. Y esto debería ser en términos sencillos, porque hablando con personas que saben, las decisiones del Gobierno son adecuadas. Pero en términos normales, uno como que no entiende si está haciendo bien o está haciendo mal y parecería que no está haciendo nada; pero creo que es más una falta de socialización en términos que las personas comunes podamos entender.
¿Hay necesidades legítimas?
Sí, porque basta ver esos datos recogidos durante el paro respecto a que el 80% de los niños tienen desnutrición crónica; algo está pasando.
¿Los indígenas deben buscar otras formas de protestar?
Definitivamente, porque al final, siempre resulta contraproducente, siempre hay pérdidas económicas grandes, las empresas tienen que despedir trabajadores; quienes viven al día vendiendo verduras no pueden salir a trabajar. Entonces, sí, deberían encontrar otras maneras.
¿El racismo persiste en el país?
Antes de las protestas hubiera pensado que estaba superado. En mi carrera de Nutrición, nos llevaban a comunidades y pensaba que estaban implementados programas para enseñarles que tengan sus emprendimientos, que se alimenten de mejor manera, etc.; pero tras ver las reacciones a las protestas me sorprendió que haya todavía esos discursos racistas.
¿Es algo generalizado?
Veo una diferencia notoria entre quienes sobrepasan los 50 años y adultos jóvenes, de 25, 30, 35 años. En este grupo como que hay mayor tolerancia. Pero en personas pasadas los 50, los 60 he escuchado muchos discursos con apelativos como “indios”, usando la palabra como insulto.
¿Cómo podríamos contribuir para superar las diferencias?
Individualmente creo que debemos desarrollar la empatía; sentí que eso falto muchísimo y de un momento al otro sentí que nos olvidamos que el otro también es papá, hermano, hijo, y parecía que lo veíamos como enemigo. Además, creo que se podría avanzar con proyectos creados en conjunto, con los líderes indígenas y también con el Gobierno.
¿Y la sociedad civil?
Se debería invitar a personas, pero que sepan de temas específicos. Por ejemplo, alguien que sepa sobre emprendimiento, alguien que les hable de finanzas; equipos de salud que vayan y evalúen a los niños, les enseñen, les eduquen sobre nutrición para que aprendan qué pueden hacer con lo que cultivan.
‘Quizás faltó más socialización del Gobierno respecto a las medidas económicas que le tocaba tomar. Y esto debería ser en términos sencillos’. Foto: Julio Estrella / EL COMERCIO
Hoja de vida
Daniela Acosta obtuvo el título de nutricionista en la Pontificia Universidad Católica (PUCE) de Quito. Atiende en un consultorio, pero también realiza su trabajo a domicilio.
Actualmente, Daniela estudia Medicina en la Universidad de las Américas (UDLA). Su objetivo a futuro es obtener una especialidad que se complemente con su profesión inicial.