La solidaridad da un respiro a los habitantes de la calle en Quito

Luz y Nelson son dos personas atendidas por voluntarios de Amigos de la Calle. Fotos: Patricio Terán y Ana Guerrero / EL COMERCIO

Se quitan los zapatos, los colocan a manera de almohada, bajo un plástico, una manta o una prenda de vestir. Los atesoran, pues frecuentemente se los arrebatan mientras duermen. Ya descalzos, se acomodan y se cubren con fundas o cobijas. La rutina se repite cada noche, en la vereda de la calle Venezuela, atrás del Colegio Mejía.
En ese punto se encuentran 17 personas. Cada una tiene una historia que le condujo a vivir en las calles de Quito. Hay quienes se detienen a escuchar los relatos, estrechar la mano de los protagonistas, brindarles comida y curar sus heridas.
Son los Amigos de la Calle, una iniciativa que nació hace 12 años entre un grupo de personas y, desde hace casi tres, se emprende desde la Cruz Roja de Pichincha. Los jóvenes voluntarios llegan hasta las instalaciones de la institución (San Javier y Orellana). Preparan alimentos donados por la comunidad y por ellos.
Distribuyen las tareas que asumirán en las vías: abordaje, alimentación, seguridad, primeros auxilios, apoyo psicosocial y más. Se embarcan en dos furgonetas y salen a las calles. Antes de ‘lanzarse al ruedo’, recibieron capacitación. Son 60.
En la calle Venezuela, en una noche fría como tantas otras, los voluntarios saludan a los 17. Hacen honor al nombre de la iniciativa: ser amigos. Les preguntan cómo están. Los jóvenes saben el nombre de la mayoría. Y siempre hay más.
Rebeca Yánez, coordinadora de Salud Comunitaria, se dirige hacia uno de ellos, le descubre la pierna. Una placa metálica sale de la extremidad, atravesando la piel. Uno de los voluntarios se inclina y limpia la herida.
Como el ciudadano y sus compañeros de vereda, cada vez son más en Quito los habitantes en calle. Solo los ‘Amigos’ tienen levantadas 80 fichas en los puntos que visitan, entre ellos el parque La Tolita y la Basílica. En este último atendían a unas 15 personas. Y ya no bajan de 40, incluidos migrantes de países como Venezuela.
María Dolores Ponce, presidenta de la Junta Provincial de Pichincha de la Cruz Roja, deja claro que la ayuda es para todos. Y alude a la indolencia de personas que se limitan a pedir que los retiren, cuando la comunidad puede ayudar.
Los ‘Amigos’ hacen un acompañamiento a cada caso y su meta es una mejor calidad de vida. Las causas identificadas para esta realidad son: problemas familiares, adicciones, enfermedades psiquiátricas, escasos recursos económicos.
Desde el Patronato San José, Daniela Peralta, de la Unidad de Atención a Personas con Experiencia de Vida en Calle, da cuenta del incremento. Hasta enero del 2019 registraron unas 5 000 personas. Y han subido a cerca de 8 000. Son fluctuantes, no hay un censo exacto y reconoce que la migración es uno de los factores del alza. Aunque, así como hay quienes le apuntan a dejar las calles, otras se resisten.
En el 2019, esta entidad atendió a 3 218 personas. En lo que va del 2020, van de 700 a 800. En labores conjuntas con otras instancias suman 461 más.
No hace falta ir muy lejos para ver los rostros de las cifras. Como los 17 de la Venezuela, Luz, de 75 años, ha pasado gran parte de su vida en la calle. Su hijo Nelson, 40 de sus 57. Se acomodan entre plásticos, cartones y botellas. Él come el arroz relleno que le sirvieron los voluntarios. El plato de su madre está a un costado y al otro, un perro rescatado.
Ella, ya sin visión, insiste en que comerá después. Su voz se escucha baja, dulce, escondida entre las fundas que la cubren del frío, en el parque La Tolita (Vargas y Santa Prisca). A unos metros está su nieta. Nelson da una noticia: “Los hermanos de la Toca de Asís nos ayudarán para vivir en un cuarto”.
Y a unos metros, bajo el arco del parque, cuatro hombres y una mujer están recostados sobre colchones. Unos comen, otros piden atención en su salud. A uno, los voluntarios le inyectan un medicamento para la inflamación. Ellos aún no tienen la buena nueva de una vivienda fija. No así José, quien desde hace ocho meses tiene un hogar. Antes era huésped de la acera de la Basílica.
El hombre de 51 años, oriundo de El Triunfo, llegó a Quito por una operación hace dos años y medio. La falta de recursos lo llevó a la calle. Para él, los ‘Amigos’ son ángeles. Y tuvo otro protector, que le pagó el alquiler de una pieza durante ocho meses. No se fue solo, se llevó a dos compañeros. Y surgió la esperanza de poner a andar un negocio de quesos y frutas. Aún le faltan recursos.
Como con José, el trabajo ha dado frutos. Peralta recuerda el reencuentro de un hombre con su hermana, luego de 30 años. Y hay otros casos de personas reportadas como desaparecidas que están en las calles. De ahí que hay jornadas de la mano con Fiscalía y Dinased.
Tanto desde el Patronato como desde la Cruz Roja recalcan la necesidad de normativas y acciones sostenidas.