El otro día escuché en la radio a un conocido experto en sondeos, encuestas y mediciones de credibilidad y popularidad.
El perito aseguró, con cierta pesadumbre, que poco a poco la clase media ecuatoriana está perdiendo la confianza en el Presidente de la República.
La presunta revelación no es novedosa ni sorprendente. Basta ver, mirar, oler, percibir, escuchar, sentir en las calles de Quito -bastión oficialista- lo que expresan muchos ciudadanos que hasta hace poco creían, casi a ciegas, en el proyecto de la revolución ciudadana como una real propuesta de cambio y de justicia social.
Cuando el entrevistador le preguntó al experto a qué atribuía la actitud de la clase media quiteña, la respuesta fue -al menos para mí-, insólita: lo que pasa es que la clase media lee periódicos, entra a Internet, escucha programas de radio, mira en la televisión los programas de análisis político….
Los pobres -aseguró el experto para redondear su reflexión- no se informan demasiado porque sus necesidades son urgentes y cuando el Estado se las soluciona, lo único que realmente les importa es que esas necesidades se mantengan satisfechas.
¿Cuánto pragmatismo esconden esas afirmaciones? ¿Qué estrategias ocultas se camuflan detrás de esos conceptos? ¿Hasta qué punto el ejercicio concreto del poder político se basa en la ignorancia, el desconocimiento y la desinformación de “las masas necesitadas”?
Con esa lógica, que raya en el cinismo, es fácil entender qué es lo que quiere el izquierdismo populista cuando arroja tenebrosas sombras y temerarios presagios sobre los medios de comunicación y los periodistas que no le son reverentes, que no optan por el silencio o el distraccionismo, que no se vuelven funcionales al “proyecto”.
Con esa lógica, que rebasa el utilitarismo y la manipulación y se convierte en la más perversa herramienta de control ideológico y construcción de un solo pensamiento, es fácil entender qué es lo que quiere el izquierdismo populista cuando habla de la necesidad de que la información y la opinión sean controladas “por un ente estatal que represente al conjunto de la sociedad”.
Con esa lógica se ajustan los eslabones de la descalificación, el desprestigio y la presión en contra de quienes pelean porque se maneje el país desde la coherencia, la ética, la tolerancia, el pluralismo, el debate, la deliberación, la crítica y la autocrítica.
Con esa lógica, es fácil entender cuáles son los deseos secretos del izquierdismo populista en su objetivo de quedarse en el poder “hasta consolidar la revolución”.
Una revolución que, bajo esa lógica, se radicalizaría de manera más veloz y eficaz si no habría una prensa dedicada, entre otras impertinencias, a indagar las razones de fondo de la caída de un helicóptero imposible de caer.