Aunque con demora, el alcalde Mauricio Rodas hizo bien en fijar su posición frente a los problemas políticos y económicos que han movilizado a buena parte de los ciudadanos, en especial, a los quiteños. Era lo responsable. Rodas llegó al Municipio por ese voto de rechazo a un sistema controlador que castigó en Quito -incluso con la mofa pública- la iniciativa y el debate cívico. El nuevo Alcalde representaba la visión de una autoridad autónoma.
El problema fue que postergó la discusión sobre lo político, algo tanto o más importante para los quiteños que cualquier proyecto de infraestructura. Por eso es que mientras en el país se anunciaba el fin del ‘boom’ petrolero o las reformas al esquema de financiamiento de las pensiones del IESS, el Alcalde de la capital parecía estar de espaldas.
La opinión pública, primero, y los ciudadanos, después, le instaron a tomar posiciones más determinantes. Estas llegaron por el tema de las herencias y la plusvalía, cuando la protesta se había regado por las calles.
La crítica a su liderazgo coincidió también con el balance a su primer año de gestión y el reclamo por la falta de celeridad en proyectos como el Metro, que son esenciales para perfilar el Quito del futuro.
Rodas ha aceptado con madurez esas críticas; a pesar de que hay sectores cercanos a Alianza País que han instalado la idea de revocarle el mandato, aunque no existan condiciones para ello. El Gobierno no quiere saber nada de plebiscitos y un posible proceso contra el Alcalde podría cifrar en las papeletas el descontento quiteño contra el Presidente.
No obstante, Rodas debe evaluar su desempeño político y replantearlo. Las condiciones económicas que se avecinan pueden debilitar a la revolución ciudadana y el dinamismo de Quito no puede quedar expuesto a una eventual crisis y con un Presidente desgastado.
Su liderazgo es básico para que los sectores productivos, sociales, financieros y académicos trabajen por la ciudad. Para eso se requiere un Alcalde de visión amplia y que se proyecte como un estadista.