La misantropía de fin de año...

A los jóvenes militantes del Partido Comunista Ecuatoriano, en los años 80, el líder, cuyo nombre no interesa en este momento, decía que la historia no se toma vacaciones. Era julio y los estudiantes secundarios se dedicarían a cualquier cosa menos a la militancia. Al local del partido solo iban los fervorosos que ya parecían religiosos. Eran pocos. La historia sabía tener vacaciones.

¿Dan ganas de pensar en política justo el fin de año? En realidad, no. Estas fechas suelen provocar una misantropía ingobernable y que provocan una imperiosa necesidad de refugiarse en la soledad. Preocuparse por algo que parece fatuo para nuestras necesidades, anhelos, para las soledades promiscuas en las que vivimos. ¿Pensar en política? Gracias, pero no hay muchas ganas de eso.

Pero para nuestras vidas -en el año que llega lo sabremos de mejor modo-, las decisiones políticas son las que harán que sean más o menos llevaderas. De ellas dependerán nuestra convivencia con los otros, con aquello que nos rodea de inmediato. Porque son las políticas públicas las que nos permiten avanzar en una sociedad de más respeto, desde nuestra cotidianidad más simple hasta los altos proyectos de Estado.

Hay una novela de Ítalo Calvino que titula ‘El barón rampante’. Es la historia de un joven que se rebela contra la sociedad del siglo XVIII y se va a vivir a los árboles. Desde allí vivió el amor, conoció la masonería, la Revolución Francesa, la ilustración. El protagonista, Cosimo Piovasco de Rondó, escribió la Constitución de la República Arbórea. La conclusión a la que llega, luego de haber vivido todo lo que vivió desde las alturas de las copas de los árboles, es que, cuando todos reconocieran que es mejor la vida allá arriba, él bajaría a la tierra.

Alejarse es también una necesidad. Pero aun viviendo en los árboles, siempre se vuelve, por voluntad propia o fuerza de la costumbre. Es que la historia no descansa. Feliz 2016.

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