Los políticos ecuatorianos del 2014 ya no hablan como los de finales del 2006. En los discursos de hoy difícilmente el presidente Rafael Correa o sus asambleístas tocan conceptos como ‘gobernabilidad’, ‘consenso’ o ‘estabilización’.
Esas palabras, recurrentes en quienes gobernaron por 28 años sobre la idea de la crisis económica, hoy son parte de un diccionario empolvado. Los números del Instituto de Estadística y Censos (INEC) señalan que ocho de cada 10 ecuatorianos ya no tienen a la pobreza como su realidad.
Sus nuevos desafíos son otros y para que los políticos sintonicen con estos, necesitan de un nuevo diccionario donde el discurso de los tecnócratas se mezcló con el de los activistas sociales para hacer del vocabulario de la revolución ciudadana el principal termómetro de lo que su líder llama el “cambio de época”.
Ese lenguaje oficial se insertó en la conversación nuestra de todos los días (¿o usted no habla de los pelucones, de la partidocracia o se dirige a “todos y todas” al iniciar una reunión?).
Una forma de entender esta compleja estructura lingüística es imaginando una mesa de tres patas. La primera reúne aquel concepto que Alianza País, desde el 2006, llamó ‘inclusión’ y que se convirtió en la inspiración de la Constitución de Montecristi: sus derechos, garantías y también su retórica.
La segunda pata responde a lo que, el ex constituyente Fernando Vega, define como lo modernista y la eficiencia que emana del discurso de Correa.
Finalmente, está la de la confrontación con el que el oficialismo neutraliza a todo lo que considere opositor, desde las sabatinas y la cadenas. Es aquí donde se instala el componente autoritario del lenguaje, según Michael Foucault.
Vega recuerda que el triunfo del 2006 era la respuesta popular a un modelo agotado, incluso en su lenguaje. Por lo tanto, había que reemplazarlo y Montecristi fue ese laboratorio donde no solo la frase “las ecuatorianas y los ecuatorianos” se regó por todo el articulado.
Esa Constitución -dice Vega- es la expresión de la “lucha de intelectuales, ONG, ecologistas y líderes sociales que soñaron en la igualdad”.
Correa captó ese discurso, pero su formación profesional le llevó a tener una visión más desarrollista de la cosa pública. Por eso, en ese afán de refundar las instituciones, se llenó de siglas el diálogo público.
Así, el Ceaaces evalúa a las universidades, el Cpccs escoge a las autoridades del Estado y el Cordicom y la Supercom vigilan a los medios.
Correa multiplicó por cuatro a su gabinete y rebautizó a varias de las carteras que ya existían para hablar de Inclusión Social en lugar de Bienestar, Producción en lugar de Industrias o Relaciones Laborales en lugar de Trabajo.
Sin una retórica no hay transformación social, reconoce el académico Gustavo Abad. El problema es que exista un divorcio entre lenguaje y praxis.
“Podemos hablar de inclusión de género sin que pase nada”. Su reflexión se sustenta en el hecho de que, en las palabras, el Gobierno habla de “todos y todas”, pero se sancionó a las asambleístas que buscaron despenalizar el aborto.
O se sostiene que ‘Ecuador ama la vida’, y que ese eslogan esté en tractores que talan bosques o en una nueva cárcel.