La misa campal que ofició el papa Francisco en el parque Bicentenario de la capital congregó a miles de ecuatorianos y extranjeros. Foto: Patricio Terán / El Comercio
A los pies de un Cristo de aproximadamente 2 metros y bajo la escultura de acrílico fundido, un grupo de religiosos arreglaba los ornamentos unos minutos antes del rito multitudinario en el parque Bicentenario de Quito.
Eran las 10:30, hora prevista para comenzar la segunda misa campal que celebró en Ecuador el papa Francisco. En el horizonte se observaba a miles y miles de fieles, muchos de los cuales hicieron fila desde el sábado en los exteriores del parque, para ser los primeros en ingresar. Enseguida se entonó el mismo himno que se escuchó cuando vino Juan Pablo II, hace 30 años; “Ecuador, Ecuador, abre las puertas al redentor…”.
Con ello comenzaron los ritos y la procesión hacia el altar. En el cortejo, varios ministrantes y diáconos llevaban la cruz, los ciriales, el sahumerio…
Ya en el altar, el Papa hizo una inclinación profunda y besó la cruz en pan de oro. Luego, Jorge Mario Bergoglio (nombre secular), incensó el altar -símbolo de honor, de purificación y de santificación-. Con la frase: “El Señor esté con nosotros”, empezó la Eucaristía.
En el acto solemne, cientos de asistentes estaban exaltados, felices… Carlos Neira y Carlota Oñate mostraron su entusiasmo por la venida del Santo Padre. Contaron que desde el sábado en la tarde ya estaban en el Bicentenario para tener un puesto privilegiado.
“El mundo va a ver que el Sumo Pontífice es un ser humano espectacular. Humilde y generoso”, señaló Carlos, de 43 años y médico de profesión. “No habla mucho, pero lo que dice es contundente, preciso”, agregó Carlota, una joven de 30 años y de profesión contadora.
En el acto penitencial, Francisco -quien fue nombrado Sumo Pontífice el 13 de marzo del 2013- invitó a los fieles a arrepentirse. Y llegó el canto Señor, ten piedad, luego el Gloria, un canto antiquísimo de aclamación y súplica. Este se escucha en celebraciones solemnes o con asistencia especial del pueblo.
A la liturgia de la Palabra, le siguieron las lecturas, una de ellas incluso en kichwa. El Papa jesuita, revestido con un ornamento confeccionado por hábiles manos de artesanas cuencanas y con una azucena bordada en el pecho, como símbolo de la santa quiteña Marianita de Jesús, comenzó su prédica.
Fue preciso: “Imagino ese susurro de Jesús en la última cena como un grito en esta misa que celebramos en el parque Bicentenario… El Bicentenario de aquel grito de Independencia de Hispanoamérica. Ese fue un grito nacido de la conciencia de la falta de libertades, de estar siendo exprimidos, saqueados, sometidos a convivir a conveniencias circunstanciales de los poderosos de turno”, dijo.
Y agregó: “A aquel grito de libertad de hace poco más de 200 años no le faltó convicción ni fuerza. La historia nos cuenta que solo fue contundente cuando dejó de lado los personalismos, el afán de liderazgos únicos, la falta de comprensión de otros procesos libertarios con características distintas, pero no por eso antagónicas”.
También puntualizó: “La evangelización puede ser vehículo de unidad, de aspiraciones, sensibilidades, ilusiones y hasta de ciertas utopías”. Y en cada frase contundente, los fieles aplaudían y lo vitoreaban.
El Papa señaló, además, que hay que construir puentes, crear lazos y llevar mutuamente las cargas. “De ahí la necesidad de luchar por la inclusión a todos los niveles, evitando egoísmos, promoviendo la comunicación y el diálogo, incentivando la colaboración”. “Hay que confiar el corazón al compañero de camino sin recelos, sin desconfianzas”. “Es impensable que brille la unidad si la mundanalidad espiritual nos hace estar en guerra entre nosotros.
Tras 19 minutos de prédica, el Papa remató : “La evangelización no consiste en hacer proselitismo, proselitismo es una caricatura de la evangelización. Evangelizar es acercarse a los que se sienten juzgados y condenados a priori por los que se sienten perfectos y puros”. Tras sus palabras, los fieles que llenaron el Bicentenario aplaudieron y ondearon banderas, rosas, globos, estampas, imágenes religiosas… Todo lo
que tenían entre las manos.
Con ello intentaban, como indicó Felipe Urgilés, estudiante universitario, mostrar “nuestra aprobación al sermón del Papa”. Solo cuando se pidió silencio, los fieles callaron por unos segundos.
Llegaron la presentación de las ofrendas, Santo, Cordero de Dios y los cantos de comunión; la entrega de la Eucaristía, un rito que demoró unos 12 minutos. Los sacerdotes, religiosas y laicos comprometidos repartieron a los fieles las hostias.
Antes de dar por finalizada la misa, monseñor Fausto Trávez, arzobispo de Quito y presidente de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana (CEE), se dirigió al público. “Nuestro pueblo tiene hambre de Dios, necesita una palabra para renovar la fe”. Y agradeció la presencia del Papa en el país.
Al cierre de la misa, los asistentes corearon: “Te queremos, Francisco, te queremos”. Luego, un abrazo fraterno entre el Papa y Trávez. Los fieles inclinaron sus cabezas para recibir la bendición de Francisco. Al final realizó su pedido: “No se olviden de rezar por mí”…
En contexto
El papa Francisco ofició una homilía centrada en la tarea evangelizadora -a la que llamó “nuestra revolución”- ante unos
900 000 fieles que desafiaron largas horas de frío y lluvia para escuchar al Papa argentino en el parque Bicentenario, en
el norte de la capital.
Frase
“Tampoco la propuesta de Jesús es un arreglo a nuestra medida,
en el que nosotros ponemos las condiciones, elegimos los integrantes y excluimos a los demás”.
Papa Francisco