Moncayo sortea los obstáculos para saludar a la gente. Foto: Paúl Rivas / EL COMERCIO
Dos bombas impactaron en el suelo, a solo centímetros de Paco Moncayo. Los seguidores del candidato a la Presidencia por Acuerdo Nacional por el Cambio reaccionaron al paso; lo protegieron. Al levantar la mirada se dieron cuenta que era un niño que desde la terraza de un edificio de cinco pisos practicó su puntería con globos de agua antes del inicio oficial de Carnaval.
El general en servicio pasivo no se asusta con esas sorpresas de la campaña. Escuchó explosiones reales cuando estuvo en la frontera sur, al mando de las tropas ecuatorianas durante el conflicto con el Perú.
La travesura quedó atrás. Moncayo recorrió el sábado 28 de enero el barrio Martha Bucaram de Roldós (sur de Quito). Las casas de bloque y cemento albergan locales comerciales. Hay bazares, tiendas, tercenas, talleres mecánicos…
Las covachas de comerciantes autónomos se toman las veredas los fines de semana. El olor a capulí recién cosechado se mezcla con el del pescado que se asolea en baldes con agua y hielo.
Moncayo sortea los obstáculos para saludar a la gente. Sonríe, aprieta la mano con fuerza, toma jugo de caña, abraza a las personas y les pregunta cómo están. Se presenta como el candidato del cambio.
Visita 36 negocios durante dos horas de caminata. Sabe que con una caravana podría abarcar más terreno, pero no le gusta estar distante de la gente. La suela desgastada de sus mocasines cafés corrobora su versión. “Prefiero estos zapatos viejitos, porque son cómodos”, cuenta el candidato.
Moncayo camina rápido. A sus 76 años no se cansa por el ajetreo que le deja, en el mejor de los casos, dormir seis horas al día. Atribuye su resistencia física a la vida en el cuartel.
El sábado no pudo ejercitarse. Salió de Manta en el vuelo de las 08:00 y llegó una hora después a Tababela. Fue a su casa, en Conocoto, a ducharse y a cambiarse de ropa. A las 11:00 estuvo en Martha Bucaram y a las 13:00 almorzó en la casa de Juan Olmedo, uno de sus simpatizantes.
La campaña de Moncayo se caracteriza por su austeridad. Aunque viaja en avión y siempre es en clase económica, prefiere ir en carro. En el Toyota Fortuner se pone al tanto de los pormenores. Cuando se hacen caravanas usa el ‘Pacomóvil’, una camioneta con un barandal en el balde, para que los pasajeros puedan sujetarse mientras saludan.
Dice que se hospeda en “hoteles humildes” o en viviendas de militantes. En la mayoría de casos la comida la ponen los simpatizantes, quienes insisten en invitarlo a comer.
Después de participar en una reunión en San Carlos del Sur, el candidato se dirigió a la última concentración, en el barrio Los Libertadores, en Chilibulo.
El carro en el cual se moviliza no tiene carteles con su imagen. Recorre las ciudades de incógnito cuando las ventanas están alzadas. Sin embargo, cuando están abiertas, la cosa cambia. “Paquito”, dicen los vecinos que lo ven y aprovechan para tomarse una foto. Aún recuerdan que hizo obras en el sur cuando fue Alcalde.
A las 19:00 arriba a la Liga Barrial Los Libertadores. El olor a aceite quemado de los puestos de venta de papas fritas se concentra a la entrada. Parece que llega una celebridad. El coliseo está lleno. Cuando ingresa, la gente aplaude, incluso más que al grupo de música folclórica que está en el escenario. Moncayo evita hablar, porque su voz languidece por los discursos anteriores. Se acerca a las tribunas y empieza nuevamente a abrazar a la gente.
El trajín termina en su casa a las 21:00, cuando descansa junto con su esposa Martha. Tampoco puede dormir mucho. Al siguiente día viaja al Coca. Este general no solo cumple con los compromisos políticos. Por las mañanas, cuando no tiene entrevistas o viajes que lo obliguen a salir en la madrugada, aún trota antes de empezar la agenda de la campaña electoral.