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Obras de arte para el paladar

No es la primera vez que Laurent Moriceau hace este tipo de cosas. En París, en Buenos Aires, en Monterrey ya las puso en práctica. Y ahora, en Quito. 

Tenga en cuenta

La idea de Laurent

Moriceau es  recurrir al arte culinario, porque es sensorial y orgánico. Quiere recurrir a los placeres de la vista, del olfato y del gusto y a la vez crear una oportunidad de encuentros y colaboraciones que permitan  a curiosos y espectadores degustar y  nutrirse de innovadores proyectos creados por el artista.
Las principales preocupaciones del artista son inconstancia y diseminación del cuerpo. Por eso aspira a crear encuentros y suscitar experiencias comunes de degustación sabrosas durante banquetes y bufés.Su obra adquiere vida gracias al público y a su participación. Todo bajo la colaboración de expertos en temas gastronómicos.El concepto es el mismo, solo cambian las ideas. Él es un artista y denomina a su arte como conceptual.

Él pertenece a una familia de artistas a quienes les interesa las relaciones entre individuos, espectadores y colaboradores de su obra. Sus intervenciones artísticas ofrecen siempre al público la ocasión de una experiencia comunitaria. Hace un par de semanas fue invitado por la Embajada de Francia al Ecuador para que ponga en práctica una de sus tantas ideas.

Todo empezó con la búsqueda de una estrella de la televisión. La elegida fue Mariela Viteri, a quien le  pidió que mastique un chicle. Moriceau lo tomó en una cuchara y reprodujo sus formas en un molde de silicona. El siguiente paso fue solicitar  a la chef pastelera del hotel Mercure, Fiorella Falco, que elabore una réplica del chicle masticado en chocolate. Ella utilizó chocolate blanco y tinturas especiales para conseguir la textura del chicle. Hizo dos reproducciones.

La una  contenía crema de chocolate al 55% y la otra, una pasta de avellanas caramelizadas. Le tomó casi un día terminar este pedido. 

Entonces, en el momento preciso, todos se reunieron alrededor de estos dos objetos. La idea era que el público  participe, pues en el interior de cada uno de  estos chicles masticados gigantes colocó una escultura de cerámica de la misma forma. 

El postre se repartió y los ganadores se llevaron su premio, la escultura en miniatura en una especie de joyero y un video del acto.

Moriceau precisa  que  este tipo de eventos están enmarcados en  un proyecto irónico en el que se mezcla la fascinación por las celebridades y el aspecto irrisorio de un chicle. Además, indica que el punto común de todos sus trabajos es que el espectador sea parte de su  esfuerzo artístico.

Así, por ejemplo, en Argentina realizó un proyecto que consistió en elaborar una escultura de sí mismo en chocolate. Todo en tamaño real y sin ninguna pieza faltante.  Allí la propuesta  fue que las personas tomen un martillo y retiren la parte que desean comer. En esa ocasión, la agilidad de los comensales fue tal que todo su cuerpo se deshizo en dos minutos y medio. En París hizo lo mismo, pero los invitados acabaron la escultura en una hora. Hacerla tomó cuatro horas. 

Comenta que la idea de esta obra fue  presentar algo violento y erótico y también conocer al público cuando interviene en su arte. Busca divertirse.

Otras obras que él recuerda son  la fabricación de jabones de sí mismo y organización de  una cena con luz roja,  en Monterrey (México). Él quería demostrar que cuando hay perturbación en la vista, las personas no son capaces de identificar el sabor de los alimentos.

Una de sus obras más representativas es el conocido vino de los minutos. El proyecto consistió en congelar unas cuantas botellas de vino y conseguir un soporte  para colocarlas mientras se descongelan. La intención es que la gente tome  lo que fluye del hielo y compruebe  que el vino cambia de sabor según las etapas. Al principio el líquido  es  agridulce y, al final, se puede saborear algo parecido a un jugo.

Este es su arte: sensorial y orgánico.