Desde 1962, el año de la crisis de los misiles cubanos, se construyeron refugios antinucleares en EE.UU. Foto: AFP
“Tiene un sabor un poco rancio”, bromea Frank Blazich, curador del Museo Nacional de Historia Estadounidense, mientras muerde una galleta que acaba de sacar de una lata fechada en “Nov. 1962”.
Blazich está en un refugio antinuclear abandonado hace mucho tiempo en el corazón de Washington DC.
La lata, grande y oxidada, estuvo guardada durante décadas en ese lugar, una de las decenas de instalaciones construidas en Estados Unidos durante la Guerra Fría, cuando el país se preparaba para un posible ataque nuclear.
Hoy, el sonido de la risa de los niños llega por las ventilaciones del refugio largo y estrecho construido debajo de la Escuela Oyster-Adams, a solo 2,5 kilómetros al norte de la Casa Blanca, para proteger a más de cien personas en caso de un ataque catastrófico.
Bajo la pálida luz de lámparas industriales colgantes, hay una sala de hormigón con hileras de barriles identificados como “suministros de supervivencia”: agua, medicinas, raciones de alimentos y manuales de Defensa Civil. Recuerdan el momento álgido de las tensiones con la Unión Soviética tras la Segunda Guerra Mundial.
Tres triángulos amarillos visibles en un círculo de pintura negra desgastada es todo lo que queda de un letrero original que indicaba que allí había un refugio antinuclear.
Para los interesados en ese período de la historia es un hallazgo raro, tal vez el único refugio antinuclear en Washington que aún contiene provisiones más de medio siglo después.
“Lo que tenemos aquí es realmente una cápsula del tiempo”, explica Blazich, un entusiasta de estos albergues, mientras abre uno de los barriles de metal negro que todavía tiene su preciosa carga: 60 litros de agua.
Comida, baños químicos, sedantes
En 1961, ante la “Cortina de Hierro” que suponía el Muro de Berlín y el desarrollo de misiles balísticos intercontinentales, el entonces presidente estadounidense John F. Kennedy decidió disponer fondos para construir refugios antinucleares públicos en todo el país.
Desde 1962, el año de la crisis de los misiles cubanos, se almacenaba comida en los sótanos de edificios, escuelas e iglesias, supuestamente lo suficientemente resistentes como para ofrecer protección.
Agua en grandes tanques se almacenaron en las instalaciones construidas en Estados Unidos durante la Guerra Fría, cuando el país se preparaba para un posible ataque nuclear. Foto: AFP
En las paredes del refugio Oyster-Adams, aún se pueden ver claramente las fechas “15/04/64” y “23/04/64”, que indican cuándo se llenaron las docenas de barriles de agua apilados.
Hay vendajes y manuales de instrucción médica desparramados sobre cajas de cartón en el suelo polvoriento, pero los sedantes para tratar el pánico han desaparecido.
También hay varios baños químicos: barriles de cartón con asientos de plástico que servirían para hasta 25 personas.
Contra una pared, hay más cajas rebosantes de las llamadas “galletas de supervivencia”.
Secas y polvorientas, pero en teoría todavía comestibles, las galletas son un símbolo de una época en la que la ciudad estaba atormentada por “un miedo real”, según David Krugler, profesor de historia en la Universidad de Wisconsin-Platteville y autor de la obra de referencia sobre el tema: “’Esto es solo una prueba’: cómo Washington DC se preparó para la guerra nuclear”.
Amenaza nuclear renovada
Las autoridades tuvieron cuidado en calcular la cantidad de raciones necesarias para garantizar la supervivencia de los refugiados durante dos semanas, asegurando unas 700 calorías por día.
Los refugios nucleares hizo que la existencia de armas nucleares fuera más fácil de aceptar, aunque el Gobierno de EE.UU. salía que no servirían de nada. Foto: AFP
Pero Krugler dice que sus esfuerzos habrían sido en vano. “Si Estados Unidos y la Unión Soviética hubieran ido a una guerra nuclear, Washington habría sido completamente devastado y ese refugio habría sido inútil, porque el primer impacto de una detonación nuclear y el calor lo hubieran destruido”, explica.
“La razón principal (para los refugios) es que la gente quería algún tipo de confirmación de que se podía sobrevivir a una guerra nuclear y esto ayudó a ofrecer esa seguridad, aún siendo muy poco realista”. “Hizo que la existencia de armas nucleares fuera más fácil de aceptar”, agrega.
La firma del Tratado de Prohibición Parcial de Ensayos Nucleares en 1963 allanó el camino para una distensión entre las dos potencias y la idea de los refugios gradualmente cayó en desuso. En la década de 1970, los voluntarios que los supervisaban habían recibido ya la orden de limpiarlos.
“El hecho de que estas raciones todavía estén aquí es que alguien no recibió esa información, o fue ignorada. Por alguna razón lo dejaron así”, dice Blazich.
Para algunos, hoy hay una renovada amenaza nuclear proveniente de Corea del Norte, aunque las tensiones se han enfriado en medio del anuncio de una histórica cumbre entre el presidente estadounidense Donald Trump y el líder norcoreano Kim Jong Un, que hace unos meses comparaban el tamaño de su “botones nucleares”.
“Estamos en un período de intensas tensiones y mayores riesgos”, opina Kruger, pero “no es equivalente a las tensiones y riesgos de la crisis de los misiles cubanos”.
“¿La gente toma en serio la retórica del líder de Corea del Norte contra nuestro Presidente u otros importantes funcionarios en términos de una potencial guerra nuclear? Ciertamente, sí”, señala Blazich. “Pero no creo que piensen en lo que sucede si se usan las armas”.