Cientos de personas dejaron flores y mensajes de recuerdo en apoyo a las víctimas que murieron en la matanza de Niza Foto: EFE
Los ataques de Orlando, Niza y Alemania, todos reivindicados por el Estado Islámico, ilustran la fuerza de la propaganda mortífera de este grupo yihadista en individuos aparentemente desequilibrados cuyo perfil plantea muchas interrogantes.
Omar Mateen, un estadounidense de origen afgano que mató a 49 personas el pasado 12 de junio en un club gay en Florida antes de ser abatido por la policía era un hombre violento, homófobo, radical. Aunque según algunos testimonios era en realidad homosexual.
Mohamed Lahouaiej Boulhel, un tunecino que arremetió contra una multitud en Niza la noche del 14 de julio, sigue siendo un misterio para los investigadores. El fiscal de París lo describió como “un individuo no religioso, que comía cerdo, bebía alcohol, consumía drogas y mantenía una vida sexual desenfrenada”, pero que “se interesó recientemente en el yihadismo radical”.
Y en Alemania, donde un joven refugiado afgano de 17 años hirió a cuatro personas en un tren, antes de ser abatido, las autoridades se limitaron a decir que el menor llegó solo a Alemania y que no estaba fichado.
En una tribuna publicada el martes en el diario francés Libération, el historiador Olivier Christin se refiere a estas “masacres, que combinan creencias religiosas, rechazo a las intervenciones en Siria e Iraq, antisemitismo, frustraciones personales, odio a sí mismo y deseo de suicidio”.
‘Ideología fanática y mortífera’
Para el psicólogo Patrick Amoyel, especialista en fenómenos de radicalización, el Estado Islámico ha entendido todos los beneficios que puede sacar de sus incesantes llamados a atacar a “infieles”.
“Saben que mientras más ocupen el espacio mediático, más eco tendrán entre la población radicalizable o psicópata”, explica.
“Esta ideología fanática y mortífera puede empujar a algunos individuos a pasar al acto, sin necesidad de haber estado en Siria o tener instrucciones precisas”, dijo el lunes el fiscal de París, refiriéndose al nuevo desafío que plantea este “terrorismo de proximidad”.
La propaganda de la organización yihadista, que pulula en internet a través de videos de decapitaciones, torturas y llamados a matar “infieles”, cuidadosamente escenificados, se vuelve aún más eficaz cuando se dirige a “personas desequilibradas o individuos fascinados por la violencia extrema”, dijo Molins.
“Los que odian a sus colegas o desprecian a los homosexuales a causa de su propia inseguridad pueden cubrir sus actos con la bandera sangrienta del Estado Islámico”, escribió en la revista estadounidense Time William McCants, investigador del centro de estudios Brookings Institution.
Es difícil distinguir las convicciones ideológicas de las motivaciones personales, explica el investigador, haciendo referencia a estos atacantes, “que no son realmente miembros del EI (…), pero que tienen en común la muerte”.
Aún así, según el psiquiatra francés Daniel Zagury, en el caso de actos yihadistas, los atacantes con enfermedades mentales son pocos, alrededor 10% de los casos.
“Los otros son delincuentes de poca monta con un cerebro del tamaño de un garbanzo, que tuvieron una primera vida de adicción y que buscan en el islam radical una segunda vida que lave la primera”.