Siria es un país irreconocible, tres años después del estallido de la revuelta contra el régimen de Bashar al Asad que comenzó el 15 de marzo de 2011, fue reprimida en sangre y se transformó en guerra civil.
El saldo de tres años de conflicto son numerosas ciudades semidestruidas, miles de muertos y más de nueve millones de sirios -sobre un total de 22 millones- desplazados o fugados al exterior.
Los que se quedan intentan vivir o sobrevivir, en condiciones cada vez más precarias, que sin embargo cambian según el nivel de violencia de cada zona.
Tras largos meses de terror por los continuos bombardeos con morteros de parte de los rebeldes, o por el temor a terminar en redadas de la policía secreta, los habitantes de Damasco volvieron desde hace semanas a una vida “aparentemente normal”.
[[OBJECT]]En los últimos meses, el Régimen logró aliviar la presión de los rebeldes en torno a la capital. “Los bienes de primera necesidad volvieron a los mercados, aunque todavía todo es muy caro. Se tiene menos miedo de salir durante el día, y el tránsito casi volvió a la normalidad”, cuenta Nazih, un residente del centro histórico.
Si antes de 2011 hacían falta 50 liras sirias para comprar un dólar, ahora en el mercado negro hacen falta 157, pero en 2012 -el período más difícil para el Régimen- el precio había trepado hasta más de 300 liras.
Es distinta la situación en Aleppo, ciudad del norte que fuera otrora la más populosa de Siria e histórica encrucijada de Oriente Medio. Desde 2012 está dividida en dos: la parte oriental, solidaria con la revuelta y expuesta a diario a los bombardeos aéreos del Régimen, y un sector occidental controlado por las fuerzas leales, dividido del resto de Aleppo por una cortina de puestos de bloqueo y muros de cemento.
“Parte de mi familia se refugió en el oeste, porque allí hay agua y luz. Otros se quedaron en el este, donde hasta hace pocos días tenían un negocio. Fue bombardeado y destruido. También, ellos esperan irse al oeste”, contó Jihad, un joven ingeniero de Aleppo refugiado en Beirut. Al sudeste de Aleppo, el Régimen controla todavía el aeropuerto, y la compañía de bandera Syrian Air anunció que a partir del 16 de marzo reanudará las conexiones con la capital.
En el centro del país Homs -tercera ciudad siria y antiguamente el polo industrial del país- está casi arrasada. Quedan en pie los barrios de mayoría alawita -la rama chiita a la que pertenecen los clanes en el poder desde hace casi medio siglo- mientras el centro histórico, plaza fuerte de la revuelta desde 2011, está asediado desde hace unos dos años y quedan pocos miles de personas entre civiles y rebeldes.
Hama, al norte de Homs, volvió a quedar bajo control de las fuerzas leales pero su perímetro ciudadano está dividido de los suburbios y los campos, solidarios con la revuelta, por muros y puestos de bloqueo.
“A las cinco suena el toque de queda y se cierran todos los accesos a la ciudad. Durante el día solo los residentes pueden entrar. Volvimos a la Edad Media”, afirma Manal, una médica.
Parte de la población se alimenta con comida para animales, algunos se contentan con cáscaras de frutas y verduras: la degradación de las condiciones de vida en Siria, en particular en las zonas sitiadas por el ejército, es terrible.
Mientras la guerra parece eternizarse, se multiplican las imágenes sobrecogedoras de niños demacrados y miles de personas esperando desesperadamente ayuda. Unicef dice que 5,5 millones de niños están afectados. La guerra civil ha causado ya el mayor drama de refugiados en el mundo, afirma el Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados. Cada 10 segundos, un sirio huye temiendo por su vida.