Por mucho que la sociedad esté adaptada a la dinámica que impuso la pandemia, sus efectos no dejan de ser impactantes.
La experiencia con el covid-19 de Andrea Avella, una enfermera, de 40 años, ratifica que esta peligrosa enfermedad no distingue edad, clase social ni historial médico para irrumpir y ‘hacer estragos’.
La historia
Desde hace seis meses, la familia de Andrea Avella lucha sin descanso contra el coronavirus.
El covid-19 llegó a su hogar contagiando a su esposo, padre y suegro.
Para entonces, ella tenía 23 semanas de embarazo, las cuales se presentaron como el principal disparador de su angustia.
Y sucedió lo inevitable: Andrea se contagió.
Todos los miembros de la familia comenzaron a presentar complicaciones que derivaron en hospitalizaciones inmediatas.
En su caso, por su avanzado embarazo, la preocupación fue mayor.
“El intensivista, el internista y el ginecólogo decidieron pasarme a la UCI porque ya había empezado a desaturarme con el peligro de que mi niña, en mi vientre, se quedara sin oxígeno”, relató para un boletín informativo del Ministerio de Salud.
La intubación se convirtió en una necesidad y Andrea no tuvo más que apegarse a su profunda fe católica.
“Como pude, me arrodillé. Invoqué a la Virgen de Guadalupe y le dije: Tú me regalaste esta hija. Si es de ti, te pido que salga adelante, pero que las dos nos salvemos o no vivamos”.
Por la incesante angustia, el permanente acompañamiento de una psiquiatra se le presentó como un ‘ángel caído del cielo’.
“Ella hablaba todos los días conmigo. Me ponía audios de mi hijo que decían que él me necesitaba y que estaba muy pequeño para que yo lo dejara”, recordó.
Después de unas cuantas semanas en UCI, Andrea fue trasladada a piso y allí pudo concretar su cirugía de parto.
“Me programaron cesárea porque había tenido una ruptura uterina, seguramente por la tos que tuve cuando padecí el covid-19. En caso de haber sufrido alguna contracción nos hubiéramos desangrado las dos y, por ende, una muerte segura, pero Dios no lo quiso así”.
Por fortuna, la pequeña, de nombre Salomé, nació sin inconvenientes.
De todos los familiares contagiados, el único que perdió la vida a causa del virus fue el padre de Andrea.
A pesar de estar devastada por esa noticia, la invitación que hace a los colombianos es a cuidarse para “no vivir esta pesadilla que yo viví”.