Una de las comunidades investigadas en el libro fue la musulmana. En la imagen, una mujer en uno de sus rezos del día. Foto: cortesía Universidad San Francisco.
Para el 2050, según una investigación realizadadurante el año pasado por la Pew Research Center, habrá 2 918 millones de cristianos en el mundo. Es decir que, aproximadamente, una de cada tres personas que habitan en el planeta profesará esta religión.
En el ámbito local, en el 2012, el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC) publicó un informe donde se conoció que el 80,44 % de la población asegura profesar la religión católica; el 7,94% se consideran ateos, un 0,11% agnóstico y un 11,51% practicante de otro tipo de espiritualidad o religión diferente a la católica.
En ese 11,51% de la población se centra la serie de investigaciones realizadas para ‘Diversidades espirituales y religiosas, en Quito, Ecuador’, un libro publicado por la editorial de la Universidad San Francisco de Quito y en el cual trabajaron conjuntamente investigadores y las comunidades.
Estas investigaciones se centraron en 12 comunidades de fe que habitan el Distrito Metropolitano de Quito. Allí están la Iglesia Ortodoxa Católica, el Vaisnavismo, los Yachaks, la Comunidad Musulmana, el Fuego Sagrado de Itzachilatlan, la Regla de Ocha, la Comunidad Judía, la Iglesia de Jesucristo de los Últimos Días, la Comunidad Cristiana Nazarena de Restauración, la Comunidad Yoga Kundalini, la Comuna San Bartolomé de Lumbisí y Misión Rahma.
Estas comunidades de fe, que no son las únicas que habitan la ciudad y el país, son mundos que, pese a la apertura generada por la globalización y las nuevas tecnologías, han permanecido invisibilizados para la mayoría de quiteños por el miedo y rechazo histórico que genera todo lo que es desconocido.
En medio de un paisaje donde el catolicismo tiene el protagonismo, la diversidad espiritual y religiosa ha quedado relegada, en muchos casos, a una especie de folclorismo, como pasa con la Regla de Ocha, asociada de manera equívoca a la santería, o con la Comuna San Bartolomé de Lumbisí por la reconfiguración que realizaron entre las prácticas católicas y las prácticas ancestrales indígenas para crear las suyas.
Como sostiene la antropóloga María Amelia Viteri, una de las editoras de esta publicación, ese desconocimiento y miedo a los otros solo ha provocado limitaciones para enriquecer y alimentar una visión más amplia del mundo. Una con más posibilidades de empatía. “En el país hay un católico-centrismo muy fuerte, donde se asume que todas las personas no solo tienen una creencia católica sino que tienen prácticas asociadas a esa creencia. El resultado de la negación de la existencia de una diversidad espiritual y religiosa puede generar la negación de la existencia de otro tipo de diversidades como las migratorias, étnicas o de género”.
Una de las características de esta publicación es que varias de las investigaciones etnográficas se centraron en un grupo específico de la comunidad estudiada. En el caso de la Comunidad Musulmana, la investigación gira alrededor de mujeres provenientes de una familia musulmana y de ecuatorianas conversas, contactadas a través del proyecto Espiritualidades en Quito.
Este proyecto, que fue una iniciativa de la Fundación Museos de la Ciudad, le dio la posibilidad a Viteri y a Cristina Yépez de entrevistar a 22 mujeres de entre 20 y 50 años. Una de esas mujeres fue una ecuatoriana conversa que un día, al salir de una mezquita ubicada en el norte de la ciudad, fue agredida verbalmente y acusada de terrorista, solo por estar vestida con su burka.
Otra de las cosas que llaman la atención sobre las investigaciones de este libro es que, al igual que las grandes religiones, la mayoría de comunidades de fe son producto de procesos de globalización, que en este caso llegaron a la región en el siglo XX. Como explica Ted Lewellen en ‘The Antropology of Globalization’, estos procesos de continua movilidad humana generaron la creación de nuevas identidades.
Una de las comunidades de fe más jóvenes en la ciudad es la de Yoga Kundalini. Según los datos que arroja la investigación sobre este grupo, llegó a Quito a finales de la década de los 90 y se asentó, sobre todo, en el sector norte. Como también pasa en otras comunidades, los conocimientos sobre esta forma de espiritualidad llegaron a través de una persona, como sucedió con la Comunidad Fuego Sagrado de Itzachilatlan, por medio de Aurelio Díaz Tekpankalli, un muralista mexicano.
En el caso del Yoga Kundalini, el encargado de traer a Occidente las enseñanzas que nacieron en la India fue Yogui Bhajan, por eso los lugares donde se practica esta espiritualidad, como Siri Prem, están poblados de su imagen siempre colocada frente a una vela prendida.
Las investigaciones también muestran que otro de los factores que permea a estas comunidades de fe son las adaptaciones que sufren cada una de las prácticas. Una de las conclusiones que se lanza en relación con la espiritualidad andina y, sobre todo, el conocimiento de los yachaks andinos, es que está atravesada por un fuerte sincretismo. Si bien es cierto que sus tradiciones son milenarias, estas se acoplan a las circunstancias y a la gente que ha hallado en estas formas una alternativa en la búsqueda de su propia sanación y su camino espiritual. Un camino que está acompañado por el conocimiento y uso medicinal que tienen de las plantas.
En este contexto, ‘Diversidades espirituales y religiosas, en Quito, Ecuador’ es un faro que ilumina la riqueza de la diversidad espiritual y religiosa que existe en la ciudad. Una diversidad que también existe en el resto del país y que si fuera más conocida de seguro nos ayudaría a construir una sociedad más abierta y empática.