La pobreza en que vivían Emma Ases y su esposo José en la parroquia Facundo Vela del cantón Guaranda, provincia de Bolívar, les obligó a migrar a Ambato hace siete años. El dinero que obtenían con la venta de la cebada, las papas, el maíz y los salarios que ganan como jornaleros agrícolas eran insuficientes para sostener a su familia.
Tampoco tenían acceso a salud ni a una buena educación para sus hijos. Cuando su pequeña hija o alguien de la familia se enfermaban tenían que caminar grandes distancias para recibir atención médica. “Por eso con mi esposo nos decidimos a buscar para mis tres hijas un mejor futuro. Gracias a Dios nos ha ido bien aquí, tenemos trabajo, salud y educación, que es lo principal”.
Gran parte de los habitantes de Bolívar encontraron en Ambato una nueva oportunidad de vida luego de migrar a más de 112 kilómetros de su natal provincia.
El éxodo empezó hace 20 años, pero se acentuó en 2016 con el arribo de más bolivarenses que llegaron atraídos por la falta de trabajo en sus comunidades y parroquias.
Emma Ases, una vez que se instaló en la capital de Tungurahua, obtuvo un crédito de USD 20 000 en una cooperativa de ahorro y crédito. Se lo aprobaron antes de la pandemia y con eso compraron a medias con su cuñado un terreno de 660 m² el cual se dividieron en 330 m² cada uno. Con el dinero que le sobró construyeron su casa de una planta, en el sector Las Minas, alejado del centro parroquial de Santa Rosa, al sur de Ambato.
Recuerda que a los pocos meses la situación para la pareja se complicó por el covid–19. No había trabajo y tuvieron que renegociar la deuda y ahora tienen dos años más para cancelar el crédito.
Emprendió en lo informal
Todos los días, a las 08:30, Ases instala su puesto improvisado de papas fritas y chifles en funda en las calles Sucre y Montalvo, en el centro de Ambato.
Está atenta a la presencia de los agentes de control municipal que, en ocasiones, le han amenazado con decomisarle la mercadería.
Cuenta que en un día movido logra vender hasta USD 40, pero hay otros que apenas llega a los USD 15. Mientras su esposo labora como chofer de un taxi. “Los dos reunimos para cancelar la deuda, debemos pagar USD 800 mensuales, lo importante es que ya no pagamos USD 200 de arriendo”.
En Santa Rosa, la parroquia más grande del cantón Ambato, se estima que alrededor de 5 000 bolivarenses viven en los 30 barrios y nueve comunidades.
El presidente de la Junta Parroquial, Segundo Caiza, afirma que no hay un dato oficial del número de migrantes, porque no se ha realizado un censo. Al no contar con los datos reales, ni tampoco el registro de padrones electorales, porque la mayoría no hizo el cambio de domicilio, se dificulta planificar las obras de agua potable, alcantarillado y otros servicios.
Sitios preferidos
La mayoría de migrantes reside en los barrios Venezuela Mirador, Venezuela Las Pampas, Bellavista, La Merced, San Antonio, Las Minas, Las Carmelitas, Las Pampas, 2 000 y otros. Algunas calles para ingresar a estas zonas aún son de tierra y hay pocas vías con asfalto.
Caiza asegura que en el barrio 2 000, desde el pasado mes, se construye el sistema de alcantarillado y próximamente la vía será asfaltada; esa zona es la más poblada con gente de Bolívar. No todos tienen servicios básicos. En la parroquia, el 92% de los 30 000 habitantes tiene alcantarillado y más del 50%, acceso a agua potable.
Dificultades en servicios
Eso se debe a que los nuevos asentamientos están alejados del centro poblado y trasladar las tuberías hacia esos sectores es complicado y costoso. “Hemos detectado que hay familias que reúnen dinero y compran un terreno de 2 000 metros cuadros, luego lo dividen.
Al no cumplir con la Ley no pueden ser legalizados y solo consta la propiedad de un solo dueño, cuando ahí viven entre cinco y seis familias. Eso impide que lleguemos con los servicios.
La mayoría se dedica a la albañilería, a la agricultura como jornaleros, al tejido de shigras, el comercio informal, estibadores en el mercado Mayorista y otras actividades.
Por las calles de lodo del barrio 2000 camina Cristian Ramos. Se dirige a trabajar como albañil en una construcción cercana a su vivienda. Cuenta que por la crisis económica no ha tenido empleo seguido, por eso no ha logrado enviar dinero a sus padres, que se quedaron en Simiatug.
El joven de 25 años migró hace un lustro. “Salí de mi tierra porque hay pocas oportunidades de trabajo. Mis tres hermanas viven en otro barrio”.