Susana (nombre protegido) es una adolescente de 15 años. En su mente, las ideas suicidas iban y venían. Los episodios depresivos se volvieron parte de su rutina. Sabía que su mamá la quería, pero sentía miedo de hablar con ella. No quería sentirse juzgada ni incomprendida. Su madre notaba los cambios de ánimo. Estaba preocupada, pero no lograban conectar. No sabían cómo hablar de lo que realmente importaba. Los silencios se alargaban. La distancia crecía. Hasta que un día, Susana dijo algo que cambió todo: “Quiero ir al psicólogo”. En terapia, pudo contar lo que le pasaba. Sacó la tristeza. Pudo decir en voz alta que la depresión la estaba ahogando y necesitaba ayuda.
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¿Qué tanto conocen los padres de sus hijos adolescentes?
Gabriela Villacís es madre de un adolescente de 14 años. Su hijo, Alejandro, por ahora sale con sus amigos del colegio. Ella trata de estar cerca, sin invadir. Él intenta abrirse, aunque no siempre lo logra.
“Mi hijo ha salido tres o cuatro veces con chicas, se queda a dormir en casa de sus cinco amigos más cercanos. Nos organizamos con los padres para turnarnos y llevarles de un lado a otro. Así nos va bien y nos permite cuidarlos”, cuenta Gabriela.
Alejandro sabe que cuenta con sus padres, pero hay cosas que prefiere no contar. “Tengo mejor relación con mi papá. A él le cuento más cosas. Pero si es algo del colegio, como una pelea con un amigo, prefiero guardármelo. No quiero preocuparles”. Gabriela lo nota: “No siempre está abierto a hablar. Le encanta comentar de Marvel, de sus juegos, de con quién habló, y por ahí trato de saber más”. Ella evita tocar temas como el sexo. El papá sí ha hablado con él. “No es fácil decirle cosas sin que se sienta atacado”.
Gabriela confía en que su hijo tiene un entorno sano. “No tiene vicios. Se controla el uso del celular y videojuegos. Trato de que no esté todo el día encerrado. Alejandro confirma que sabe cuidarse. Tiene celular desde los 11 y redes sociales desde los 13. “Mis papás me dieron para que no me quedara atrás. Me han dicho que tenga cuidado y hasta ahora no ha pasado nada grave”.
Alexandra Becerra: criar con firmeza, cuidar con empatía
Alexandra Becerra cría a sus dos hijos sola. Dani, de 21 años, y Sebastián, de 14. Con el primero aprendió cómo estar presente, sin asfixiar. Pero es honesta respecto al segundo: “Sé muy poco”. No por falta de interés. Sino porque los adolescentes no siempre cuentan. Y si lo hacen, filtran.
Con Dani vivió momentos duros. Llevó un vape al colegio. Luego, una botella de whisky. Lo suspendieron. Alexandra lo llevó a su oficina y lo puso a hacer tareas repetitivas. “Si no estudias, esta va a ser tu vida”. Algo cambió. Hoy, Dani avisa cuándo sale, con quién y a dónde va. Ella ya conoce a los papás de sus amigos. Sabe que él se alejó de quienes consumen drogas. No los juzga, pero se cuida.
Sebastián, el menor, es tranquilo. Prefiere estar en casa, aunque pasa solo hasta que su hermano o su mamá lleguen. Juega fútbol. Le gusta el Play. Tiene redes sociales, pero las usa con menos intensidad.
Alexandra lo acompaña con herramientas claras. Códigos compartidos. Historial de navegación. Y una app familiar de rastreo: Live360. No solo es confianza. Es seguridad. Esa rutina nació luego de que Dani fuera víctima de un secuestro exprés. Le dispararon. Sobrevivió. Ahora la familia se cuida. Se avisa.
También tomó una decisión clave: cambiar a Sebastián a una institución religiosa, con normas claras. Menos presión. Menos ruido y más acorde con la forma de ser de este adolescente.
Andrea Balzeca: hablar, aunque no quieran
Andrea Balzeca es madre de dos adolescentes. Uno callado. Otro extrovertido. Uno guarda lo que siente. El otro lo cuenta todo. Esa diferencia marcó su forma de criar. Con uno pregunta. Con el otro escucha. La regla es simple: “Cuéntenme todo. Lo bueno y lo malo. Siempre voy a estar ahí”. Gracias a esa confianza, supo que algo no iba bien con Iván, su hijo mayor. Estaba más callado de lo normal. Decía que todo iba bien. Fue su hermano menor quien lo dijo: Iván sufría bullying, en el colegio.
Andrea actuó de inmediato y su hijo entendió que no tenía que callar. Desde entonces, Iván es más abierto. Sabe que puede contar con su madre. Andrea también vivió bullying por una discapacidad. Las burlas en su niñez dolieron. Por eso educa con empatía. Enseña a no juzgar. A no reírse del otro.
Iván ahora estudia en un colegio técnico. Ahí hacen requisas. Revisan mochilas. Él lo cuenta todo. Para Andrea, el silencio es el mayor enemigo. “Los chicos callan por miedo o por vergüenza. Pero hay que hablar todos los días, aunque no quieran”. En su casa conversar es parte de la rutina.
El tiempo libre de los adolescentes ¿Qué hacen?
Fernanda Dávila cuenta que en el caso de su hijo Fausto, de 16 años, lo mejor ha sido el ejercicio. “El gimnasio le ayuda sea que haya llegado cansado, mal genio o enojado“. Otro de los pasatiempos, que incluso comparten, es la música de los 80’s. Fausto cree que la letra de la música que hoy escuchan los adolescentes no tiene sentido. Tampoco toma ni fuma y prefiere conversar con personas de la tercera edad. Con ellos hay temas de conversación diferentes y que le dejan aprendizajes.
Fausto tiene celular desde los 13 años y, aunque a su mamá le hubiera gustado darle en una edad más madura por la cantidad de información que hay. Para este joven, las redes sociales son entretenidas e interactivas. Reconoce que pasa bastante tiempo, pero no para “estar embobado”. Su mamá está atenta a qué está viendo o con quién está conversando, aunque no siempre es de su agrado.
De manera general, los menores de edad pasan fuera de las aulas unas cuatro horas diarias. En ese tiempo están conectados a Internet y a redes sociales, como Instagram y TikTok.
Adolescentes de 12 a 14 años enfrentan más riesgos de retos virales, en redes sociales. Mientras que los estudiantes de 15 a 18 años están expuestos al acoso sexual de una persona adulta. Estos datos son parte de un estudio que realizó el Ministerio de Educación con otras entidades. Uno de los principales problemas es la poca importancia que los estudiantes dan a la protección de sus datos personales.
En este contexto de fácil acceso a Internet y redes sociales, los adolescentes pasan mucho tiempo solos, principalmente, por las ocupaciones laborales de sus padres. Esto hace que se expongan a más riesgos.
Los errores que suelen cometer los padres
Jennifer Pilpe, educadora y consultora, destaca que uno de los errores de los padres es subestimar su influencia en la vida de sus hijos, especialmente en el uso de la tecnología. A pesar de que los adolescentes toman más decisiones de manera independiente, los padres siguen siendo fundamentales para establecer límites y orientar a sus hijos en temas riesgosos.
Un error frecuente es que algunos padres se retiren emocionalmente, ya sea por no saber cómo intervenir o adoptar una postura autoritaria. Esto genera una desconexión emocional entre padres e hijos. Los adolescentes, aunque buscan mayor independencia, siguen necesitando la guía de sus padres para formar una base sólida de seguridad y bienestar emocional.
La comunidad también juega un papel clave en la crianza, según Pilpe. Los padres no deben sentirse aislados. Redes de apoyo, como la escuela, los consejeros y la familia, son esenciales para un desarrollo equilibrado de adolescentes y padres. Además, en el entorno digital, los adolescentes usan las redes sociales de manera diferente. Por ello, es vital que los padres comprendan cómo la tecnología afecta su visión del mundo y fomenten un ambiente abierto en casa. Los jóvenes puedan reflexionar y discutir las influencias que reciben, a través de los medios.
Para esta educadora, la desconexión no es solo emocional, sino social y económica. Los adolescentes, especialmente aquellos cuyas familias están ausentes debido a largos horarios de trabajo, pueden buscar otros medios para llenar este vacío, como amigos o actividades riesgosas. Este aislamiento puede agravar los problemas, especialmente en comunidades vulnerables. Pilpe subraya que los padres deben involucrarse activamente en la vida de sus adolescentes, manteniendo un equilibrio entre libertad y límites, y reconociendo el papel crucial de la comunidad en el proceso de crianza.
Camila Velastegui, psicóloga clínica, complementa este enfoque destacando que los adolescentes se sienten frecuentemente incomprendidos y juzgados por sus padres, profesores y compañeros. Esta etapa de la vida está marcada por un desarrollo cerebral aún en proceso, lo que provoca altibajos emocionales. A diferencia de los adultos, los adolescentes no comprenden las emociones de la misma manera. Esto genera confusión.
Velastegui explica que, aunque los padres no pueden conocer completamente a sus hijos, sí pueden comprender sus gustos y personalidad. Los padres, que no vivieron la adolescencia en el mundo digital, tienden a esperar que sus hijos respondan como adultos, lo que genera una desconexión emocional y comunicacional. La falta de tiempo y la rutina diaria dificultan que los padres se conecten emocionalmente con sus hijos, mientras que los adolescentes, que muchas veces no saben cómo expresar lo que sienten, se guían más por el lenguaje no verbal.
La psicóloga también destaca el impacto de las redes sociales, donde los adolescentes enfrentan una presión constante por cumplir con estereotipos irreales. Esto genera sentimientos de rechazo y desconexión social, especialmente cuando no logran cumplir con las expectativas que ven en línea. Para Velastegui, el círculo de amigos de un adolescente es crucial en esta etapa, ya que la necesidad de pertenecer y evitar el rechazo es fundamental.
El acompañamiento de una madre frente al bullying
Pamela Monteverde, madre de dos adolescentes, aprendió a acompañar a sus hijas con empatía y cercanía. A pesar de intentar conocer el 70-80% de sus vidas, reconoce que, los adolescentes buscan tener su propio espacio. Aunque no todo es compartido, la confianza se mantiene.
Un momentos difícil fue cuando su hija menor tuvo que cambiarse de colegio debido al bullying. Aunque el colegio brindó apoyo, la situación llevó a la decisión de cambiarla de ambiente escolar. Pamela resalta que, en su experiencia, las víctimas de bullying, lamentablemente, son las que suelen cambiar de colegio, mientras que los agresores rara vez enfrentan consecuencias. También menciona el impacto de las redes sociales, que amplifican las inseguridades, especialmente sobre la imagen corporal.
A pesar de estos desafíos, la familia mantiene una comunicación abierta, reforzando la importancia de la autenticidad y el respeto a uno mismo. Pamela cree que, más allá de las dificultades, el acompañamiento de los padres es clave para que superen sus retos.
Hablar el idioma de una adolescente: desafío de un padre
Luis Martínez sabe que entender a sus hija, de 14 años, no solo implica conocerla, sino saber el lenguaje que usa a diario. En el mundo digital de los adolescentes, las palabras y símbolos tienen un significado distinto. Para no quedarse atrás, Luis se sumergió en la jerga actual: desde emojis hasta los enigmas de los ‘stickers’. Su desafío es actualizarse constantemente para no perder la conexión.
Sin embargo, su enfoque va más allá de la tecnología. Se convierte en amigo, pero siempre respetando el límite entre confianza y autoridad. Y aunque sabe que no puede conocer todo lo que sucede en sus vidas, se mantiene alerta, apoyándose en su relación con profesores y amigos de su hija para estar informado sobre los riesgos y dinámicas que enfrentan.
Su experiencia como docente universitario le enseñó que adaptarse a los tiempos actuales es clave. No solo entiende el lenguaje de sus estudiantes, sino que también aplica ese conocimiento para guiar a su hija en su crecimiento, protegiéndola sin limitar su autonomía.