Jaime Plaza
Detenerse por unos instantes a contemplar el ir y venir de tres y más tarde siete tiburones tintoreras resulta sublime. Nadan tan pacíficamente en las aguas que, al bajar la marea, forman una pecera natural gigante en una de las tantas grietas volcánicas que caracterizan a la isla Isabela.
Al tenerlos a tan solo un metro de distancia hasta fluye el impulso de atreverse a tocarlos. Cerca de ellos, un joven lobo marino serenamente zigzaguea en el agua, en un intento por embocar algunos pequeños peces.
Verse en medio de estas escenas es para pensar que un pedacito del paraíso se quedó atrapado en Galápagos. Más aún fortalece la idea de que se trata de una verdadera maravilla natural.
El archipiélago ecuatoriano es un santuario de 5 091 especies de fauna terrestre y marina. Así lo registran la Guía del Patrimonio de Áreas Naturales Protegidas del Ecuador y el informe sobre la Reserva Marina de Galápagos.
Varias de estas solo existen en las islas. Por ejemplo, el 82% de las 17 especies de mamíferos es endémico, al igual que el 80% de las 29 especies de aves terrestres.
Constituyen una pequeña evidencia del tesoro único de Galápagos las emblemáticas tortugas gigantes que superan los 170 años de vida, 225 kg y 1,80 metros de longitud. También están los pingüinos y cormoranes; un último reporte del PNG registra 877 y 1 321 ejemplares, respectivamente.
También están los pájaros cucuves o las escurridizas lagartijas de lava con sus siete especies -algunos ejemplares repentinamente aparecen correteando y a ratos deteniéndose entre los puntiagudos y negros pedazos de lava volcánica enfriada-.
Esta es una de las fortalezas determinantes para que la Unesco, en 1978, le pusiera el sello de Patrimonio Natural de la Humanidad. Hoy es la mayor riqueza natural que aún conserva Ecuador.
Es un mundo tan apacible que algunas aves y animales toleran sin recelo la presencia humana. Incluso especies como las iguanas amarillas y rosadas no desarrollaron el instinto de huir de los depredadores.
Así, bajo la sombra de los árboles de mangle, una manada de 10 lobos marinos descansa plácidamente sin importar la presencia humana en su territorio. A un lobo bebé lo único que le interesaba es que su madre le permitiera amamantarse. De rato en rato, el macho líder levanta su cabeza vigilante sobre su harem de ocho hembras. Al poco tiempo se vuelve a dormir.
Una inmersión en este hábitat sui géneris es vivir escenas llenas de emociones y de sensaciones. Ese contacto directo con la naturaleza de Galápagos lo vivieron la francesa Bea Catry y su hijo Paul cuando se lanzaron al mar para hacer esnórquel e intentar descubrir el multicolor tesoro que guardan las agitadas aguas en una bahía junto al islote Champion, en Floreana. Un joven lobo marino parecía invitarlos a un juego.
Despierta asombro cuando los pequeños pinzones y otras aves se acercan sin temor a ‘robarse’ un pedazo de alimento. Lo mismo ocurre cuando las iguanas, que toman sol arremolinadas sobre las agrestes rocas volcánicas, se mueven meneando sus colas de un lado a otro para dar paso a los asustadizos humanos que visitan Isabela, Floreana y otras islas.
Tal es la posibilidad de encontrarse con especies inesperadas, que en la playa tranquila de Tortuga Bay un grupo de bañistas logra ver una mantarraya que nada a dos metros de la orilla. Claro que este ejemplar marino, apenas advierte la presencia humana, desaparece en nado veloz.
Esas vivencias se tienen a cada paso en Galápagos, cuyas islas en sus inicios estaban libres de toda vida. Pero que, aunque no se sabe hace cuánto tiempo empezó, poco a poco se fueron poblando.
Se asume que -lo dice Fernando Ortiz, biólogo galapagueño de Conservación Internacional- entre los primeros habitantes estuvieron ciertas esporas, algas y otras plantas primitivas, aparte de algunos insectos… Después llegaron aves, reptiles, semillas y más.
A muchos de estos seres como las tortugas gigantes hoy solo se los encuentra en Galápagos. Esto, su origen volcánico y sus impresionantes paisajes, como la zona del pináculo de Bartolomé, hacen que el archipiélago ecuatoriano sea una maravilla natural única. Así lo reconocen los miles de votantes que con su apoyo lo colocaron al tope de la categoría Islas Únicas, dentro del concurso impulsado por la fundación suiza New7Wonders.
Algunos de sus pobladores iniciales llegaron como intrépidos polizones que vencieron, en su travesía de 1 000 km, los embates del mar, cuyas aguas embravecidas sacuden más fuerte a toda embarcación, sobre todo en esta época (de junio a diciembre).
Pequeños seres como reptiles y ciertos mamíferos navegaron sobre grandes trozos de madera, árboles o pedazos de tierra. Estas balsas naturales fueron arrastradas hacia el océano durante eventos como el fenómeno El Niño que ocurren en el continente.
También emigraron semillas de las que brotó la flora de Galápagos. Unas viajaron dentro de las aves o pegadas a las plumas y a las patas de estas, otras como esporas que vuelan grandes distancias.
Y de los mamíferos, lobos marinos y ratones fueron los únicos que llegaron y lograron adaptarse a las condiciones demasiado adversas del inicio. Mamíferos más grandes no pudieron llegar o si lo hicieron, no lograron sobrevivir.
Lo cierto es que, según Ortiz, las primeras especies del archipiélago llegaron originalmente de alguna otra parte. Tampoco se sabe con exactitud en qué orden lo hicieron, pero “se deduce que para que se establezcan las iguanas terrestres, los ratones y las tortugas gigantes se necesitaba algún tipo de vegetación para su alimento”.
Lo fabuloso es que estos animales ‘forasteros’ se adaptaron a las condiciones de las islas y, a través de muchas generaciones, se convirtieron en animales únicos o endémicos de Galápagos. Los estudiosos de esta biodiversidad advierten que las especies se desconectaron de su origen genético, sufrieron mutaciones y se dieron cruces. Hoy las diferencias son tan notorias que dejaron de parecerse a sus ancestros.
Asimismo hay plantas con variedades distintas para cada isla, tras un proceso de especiación (diferenciación biológica).
Todo esto torna a Galápagos un laboratorio vivo muy atractivo para los científicos. Eso ocurrió por ejemplo con el científico Charles Darwin, a quien le inspiró la teoría de la evolución. Igual sedujo a Godfrey Merlen, un biólogo británico que hace 40 años dejó su país a cambio de ser parte de este mundo en constante evolución.