Las pasadas Navidades, como si se tratara de un regalo con dedicatoria, el gobierno indio congeló las donaciones exteriores a las Misioneras de la Caridad de la Madre Teresa de Calcuta. Miles de personas vulnerables quedarán en el desamparo y las Hermanas, cuya vida y misión no es fácil, tendrán que reinventar, una vez más, el ejercicio de la caridad. Es lo que en mi pueblo se llama tirar piedras sobre el propio tejado. Los pobres poco importan cuando prevalecen los intereses políticos, religiosos, ideológicos o étnicos sobre la persona.
A las pobres monjas les han aplicado la Ley de Regulación de Contribuciones Extranjeras, que suena a cosa importante pero que, en realidad, trata de favorecer al nacionalismo hindú más recalcitrante. Quien mueve la batuta es el primer ministro Narendra Modi, que acusa a las Hermanas de dirigir programas de conversión religiosa bajo la apariencia de la caridad. Ofreciendo a los hindúes pobres incluso dinero. ¿Qué les parece? Visiten los ancianatos que las Hermanas tienen en el Ecuador y en cualquier parte del mundo y díganme si este es el tono proselitista y miserable de estas santas mujeres. Si deslomarse de la madrugada a la noche para atender a los pobres, cuidar a los ancianos y a los enfermos, asistir a los moribundos y vivir en una austeridad rayana en la miseria es chantajear al prójimo que venga Dios y lo vea. Difícil resulta comprender la medida. Tanto como querer maquillar por razones religiosas semejante desatino político.
Hace años, cuando el correísmo consumía nuestra paciencia, un subsecretario iluminado se negaba a conceder a Cáritas Ecuador la personería jurídica. Decía que la atención social era asunto exclusivo del gobierno. Las lentillas verde chillón le impedían comprender que la solidaridad no tiene color y que cualquiera puede y debe hacer el bien. Resulta ruin y triste que la ideología niegue el pan al hambriento sólo porque la panadería es del vecino.
Dios guarde a las Hermanas y guarde a los pobres.