El médico Lenin Muñoz revisa el método que se usa en el parto intercultural. Foto: Xavier Caivinagua / EL COMERCIO
Cuando María Lalvay, de 19 años, iba a dar a luz a su primer hijo, hace dos años, se aseguró que la partera Rosa Ortega la acompañe al centro de salud de Nabón, en Azuay. Allí fue atendida por ella y por el médico.
Este parto no registraba complicaciones. Ortega desde hace más de cinco años ya no atiende los alumbramientos en las casas, como lo hizo por 40 años. “Las salas de estos centros son seguras y adecuadas”. Pero sigue vinculada con las pacientes indígenas de este cantón.
Ortega vive en la comunidad de Shiñapamba y es parte de las más de 300 parteras registradas por el Ministerio de Salud. Con ellas trabajan en el programa de Interculturalidad, Derechos y Participación Social.
Ellas asisten cada mes a capacitaciones y comparten con los médicos su sabiduría ancestral sobre los cuidados de la embarazada, cómo llevar los controles, cómo detectar la mala posición del feto, cómo ayudar a la madre a dar a luz, entre otros.
En Azuay, este programa de salud pública que combina la atención de parteras y médicos está vigente desde el 2008. Para realizar el parto vertical se acoplaron las salas de cinco hospitales y de los centros de salud de Cuenca, Nabón, Paute, Girón y Ponce Enríquez.
El parto vertical es una técnica ancestral acogida, principalmente, por las indígenas. Esas salas cuentan con espacios que tienen implementos para que la mujer dé a luz parada, en cuclillas, arrodillada o sentada, como ella lo decida.
Cuando María Lalvay iba a dar a luz, Ortega le explicó que en cuclillas iba a disminuir el dolor y favorecía la salida del bebé. En el parto, el médico la sostenía desde la parte de atrás del cuerpo, mientras la partera presionaba la parte alta del vientre. Luego de casi dos horas de intensos dolores nació su hijo Antonio. Según ella, con la partera se sintió más confiada.
La partera Rosa Ortega hace un chequeo mensual a Paulina Quezada. Foto: Xavier Caivinagua / EL COMERCIO
Francisca Guamán también es partera. Según ella, el trabajo conjunto ayuda a que las indígenas dejen el temor y la vergüenza que tienen con los médicos. Ese criterio lo comparte Yadira Cabrera, del programa de Interculturalidad, Derechos y Participación Social. “Los médicos aprenden muchas cosas de las parteras y viceversa. De esta forma logramos un parto más humanizado”.
En Nabón, por ejemplo, el Ministerio de Salud realiza capacitaciones el primer jueves de cada mes para intercambiar los conocimientos. Los médicos enseñan la atención con vitaminas y controles básicos para reducir los riesgos de muertes neonatales.
Mientras que las parteras sobre las técnicas para ubicar bien al feto en el vientre, el uso de hierbas naturales para ciertas dolencias y cómo se asiste a la mujer en el parto vertical.
El año anterior, en el Centro de Salud de Nabón atendieron 142 de estos partos y en lo que va del año van más de 20. Cabrera señala que este año elaboran un nuevo censo, porque hubo comadronas que se negaron ejercer el oficio por la persecución que existía antes. “Ahora, la Constitución y el Código de la Salud establecen principios y derechos interculturales en la atención médica”.
María Lalvay recuerda que su madre dio a luz a sus cinco hijos en casa y siempre se mantenían en reserva la identidad de la comadrona. “No podíamos avisar su nombre, porque decían que podían ser sancionadas”.
Rosa Ortega dice que en todos sus años de experiencia nunca se le murió un bebé, pero que en algunos casos sí se espantó por lo difícil que le resultó el parto. “Para esto necesitamos fuerza, concentración y el uso de hierbas apropiadas como toronjil, valeriana, clavel, ataco…que ayudan a abrigar a la mujer en etapa de parto”.