Poblados de Manabí y Esmeraldas aún intentan salir adelante tras el terremoto

Un grupo de trabajadores en un mercado de pescado en Pedernales (Ecuador). Foto: EFE

A un año del terremoto de 7.8 grados en la escala de Richter, que se registró el 16 de abril del 2016, la zona más afectada comienza a arrancar de nuevo, en gran parte gracias al trabajo y esfuerzo de miles de residentes que decidieron volver a poner en pie sus negocios.
Las localidades más importantes y más castigadas de la zona recibieron mucha atención, como Pedernales (en la costera provincia de Manabí), epicentro del sismo y donde murieron más de 180 personas.
Actualmente este conocido balneario costero ha recuperado parte de su vitalidad y lucha por hacer olvidar los miedos generados por la sacudida de hace un año.
Sin embargo, el optimismo de Pedernales desaparece en La Chorrera, a pocos kilómetros de la ciudad, y donde cientos de personas viven a pocos metros de la playa en casas improvisadas con maderas, plásticos y las pertenencias que pudieron salvar.
En muchas de estos pueblos de la zona no hubo que lamentar muertes, pero sí gran cantidad de pérdidas materiales y una destrucción de pequeños negocios que dejó todavía más desprotegidos a sus habitantes.
Chamanga, a unos 50 kilómetros de Pedernales, es un ejemplo de esta situación.
Jefferson Angulo es de este pueblo "de toda la vida" -dice- y siempre se ha dedicado a cortar el pelo de sus vecinos en esta localidad de 5 000 habitantes.
Atiende en un establecimiento construido con madera, de poco más de dos metros cuadrados, y forrado con recortes de revistas de peluquería. “Yo la tenía allí (la peluquería) en el centro del pueblo, y el terremoto la tumbó, porque eso tumbó toda la fila de allá, y desde ahí pues trabajé en la calle, en una carpita, y trabajé, trabajé para hacer este quiosquito aquí", cuenta mientras maneja el peine y la maquina de rasurar sobre un cliente.
Revela que el terreno en el que ha edificado su negocio es prestado pero que el establecimiento lo construyó él, con sus propias manos. Aún así, reconoce que el trabajo "se ha puesto un poco pesado (difícil) y que la gente "está muy regada" (dispersada).
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ESPECIAL: A un año del terremoto
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Como muchos, vive en uno de tantos albergues que el Gobierno ecuatoriano construyó en las semanas posteriores al temblor en varios puntos de esta zona del país, apoyo que Jefferson agradece.
A unos metros, José Luis Cabal no opina lo mismo. "Las ayudas no llegaron de inmediato para hacer reconstrucciones de negocios, hubo que improvisar, todo el mundo improvisó lo que es carpas" y adquirió medios para protegerse "de las lluvias, de los ladrones, proteger su integridad física, tanto personal como familiar", recuerda a las puertas de su cibercafé.
Esta zona de terreno "era mía y aquí estaba construida una casa, en la casa estaba incluido el negocio. Cuando fue el terremoto se destruyó todo, se destruyó negocio, máquinas de trabajo, la casa en sí, se perdió todo", recuerda.
Ahora vive en la casa de un amigo y tras limpiar su parcela y rescatar parte de las computadoras vuelve a ofrecer servicios de Internet en cinco de ellas, que espera que "pronto" sean 10.
En la isla de Muisne, a 75 kilómetros al norte, Marcela Corozo, de 40 años, seis hijos y desempleada, cuenta que salvó a sus tres vástagos más pequeños al agarrarlos y saltar de su palafito de madera a tierra firme. La casa se vino toda abajo, pero de los escombros recogió las tablas de madera y el zinc que pudo.
Comenzó la reconstrucción en enero pasado y en marzo se volvió a trasladar con su familia a su nuevo hogar, aunque está lejos de estar contenta. "Más ayudaron empresas privadas que verdaderamente el Gobierno que tenía que ayudar. Nunca se le vio, aquí en Muisne, nunca se le vio la cara al señor presidente", asegura.