Alexander Jácome es el coordinador DECE del distrito Quitumbe. Esta semana llevó a cabo una capacitación a los maestros de escuelas de esta zona del sur de la capital. Foto: Galo Paguay / EL COMERCIO
Dos meses pasaron sin que supieran de él. No respondía a los mensajes de WhatsApp y las tareas empezaron a acumularse. La alerta llegó de una tutora a la psicóloga clínica Carla Triana, del Departamento de Consejería Estudiantil (DECE) de un colegio público de Guayaquil. Y comenzó la búsqueda.
Así dieron con el estudiante de décimo año, hospitalizado en un pediátrico debido a una extraña enfermedad que avanzó rápidamente.
Junto a su equipo, que apoya a 2 150 alumnos, la psicóloga buscó una opción. Y con la Unidad Distrital de Apoyo a la Inclusión (UDAI), accedió al programa Aulas hospitalarias.
A través de llamadas telefónicas, mensajes de WhatsApp o talleres por Zoom, los DECE mantienen el contacto con los chicos en la pandemia. En casos especiales organizan visitas para que los estudiantes no deserten.
“Sienten frustración y ansiedad por no poder conectarse, no ver a sus maestros, en clases regulares”, dice el sicólogo Luis Alberto Gómez.
El manejo del duelo se incorporó en la educación. Abuelos, padres, tíos, hasta hermanos de alumnos fallecieron entre marzo y abril de 2020 en Guayaquil. La sicóloga Triana ha recurrido a terapias didácticas: llevar un diario o escribir cartas.
Un estudiante, de quinto de básica, escribió para sanar. Le contaba a su hermana menor, quien murió por una infección viral, lo que hacía a diario.
El Intercultural Bilingüe Mushuk Pakari, en Calderón, en Quito, perdió el contacto con el 5% de sus 651 estudiantes en la pandemia. El DECE organizó visitas domiciliarias, por lo que se logró reinsertar al 80%.
Lo cuenta Raquel Chacón. También que sus alumnos son migrantes, viven en situación de pobreza. Esto pone en riesgo su permanencia en la escuela y genera actitudes negativas. “No lo expresan igual que un adulto. Se vuelven callados o presentan conductas agresivas de enojo”.
Por eso, el DECE ha sugerido a los padres mantener el diálogo con sus hijos. Les recomiendan actividades de relajación, juegos y tiempo en familia, durante las comidas. Y han enseñado a los docentes estrategias para disminuir el estrés de los alumnos.
“Al tener la escuela en la casa hay que preservar, entre otras, la integridad emocional de cada estudiante en ese entorno”, señala Fernanda Yépez, directora zonal de Educación Especializada e Inclusiva en Quito.
Varias herramientas, sostiene, se están aplicando. Armaron brigadas de contención emocional: personas que llaman a las familias e investigan casos para generar alertas.
También, 24 333 profesores, autoridades y DECE se han capacitado para la aplicación de entrevistas socioemocionales. “Esos espacios han sido de utilidad para los docentes, ya que ellos son los primeros en detectar bajo rendimiento, estados emocionales o situaciones de riesgo”, comenta Alexander Jácome, coordinador de Quitumbe.
“El vínculo que generan maestros y estudiantes es una ventaja; los chicos se acercan a ellos y les cuentan lo que está pasando en casa”.
En su zona, sur de la capital, dice, los problemas socioeconómicos destacan. La violencia intrafamiliar también se agudizó en estos meses.
Ellos identificaron un caso de maltrato vivido por la madre de un alumno, recuerda. El soporte gestionado desde el DECE permitió llevarlos a ambos a una casa de acogida.
En estos casos se encargan de trabajar, junto con los maestros, en adaptaciones curriculares, para garantizar que, en donde esté, el alumno continúe con su educación.
En Quito hay 1 272 trabajadores de DECE, 531 de centros fiscales; 614, de particulares; 86 de municipales y 41 de fiscomisionales. Através de charlas, talleres y llamadas para brindar soporte personalizado. Eso ayuda a combatir el estrés, el alejamiento y la soledad, cuenta Paulina Vizuete, madre de una chica de noveno año, que se ha adaptado bien.