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130 lojanos recogen cada pepa de café

Redacción Loja

El frío hace tiritar mientras la neblina cubre el paisaje de la parroquia  Chaguarpamba, en Loja. Un angosto camino de tierra apenas se divisa a las 07:00.

Por allí desciende Gustavo Mora, de 39 años. Viste botas de caucho, un  suéter y una gorra color beige. Así se protege del golpe de las ramas, mientras camina por la hectárea y media de cafetal que tiene en La Moroja, a 10 minutos de Chaguarpamba.

Este lojano de mediana estatura acelera la cosecha, porque el grano de café -una cereza roja- ya está maduro, y luego ya no tiene las mismas propiedades. En su labor le ayudan cinco hombres. Todos saben recoger con agilidad como lo hacían desde niños, cuando  ayudaban a sus familias en esta actividad.

Carlos Díaz tiene  14 años. Es trigueño y de baja estatura. Trabaja permanentemente en esa finca y es prolijo. Solo necesita una hora para llenar una alforja de café. En el día llena un saquillo.

Antes despepitaba más, pero recogía  granos verdes, rojos y negros. Ahora lo hace con más cuidado, evitando estropear al grano tierno y las ramas que están en floración. Eso le pide constantemente Mora, quien le paga USD 6 al día más el almuerzo.

Cuando el sol empieza a calentar, Mora traslada la cosecha hasta la choza, ubicada en una esquina de su huerto. En el borde de un tanque de hormigón instala una pequeña despulpadora manual del café que está  custodiada por San, su perro.

Hay recipientes, un listón como paleta, cedazos y saquillos limpios junto al tanque. Es un espacio de una improvisada industria. Allí  procesa el café desde hace dos años. Lo primero que hace es derramar los sacos de café dentro del tanque con agua.

Ágilmente recoge los granos que flotan en el agua y los pone en los sacos, ante la mirada de sus  vecinos. Esos granos no son de calidad. Ellos aprenden este sistema, denominado boyado, para el proceso del café orgánico.

Con la paleta de madera revuelve el café en el agua y extrae solo el grano pesado para despulparlo. Carlos lo acompaña siempre en la faena. 

Llegó el mediodía y quienes cosechan llegan con más café. El almuerzo es rápido, a la sombra de un cobertizo de malla y plástico, donde blanquea el café en pergamino lavado.

Orgulloso, Mora dice que es el grano orgánico con el que trabajan desde hace dos años los 130 caficultores de la Asociación de Productores Agropecuarios del cantón Chaguarpamba.

En año y medio aprendieron a cultivar el café orgánico. También a procesarlo. En el cafetal de Mora brotaron granos más lozanos y más abundantes con la renovación de 1 200 matas.

Las cultiva con abonos orgánicos elaborados con plantas y el humus, como le enseñó la organización Petrino. El año pasado vendió 11 quintales, cada uno a USD 152. Con ese dinero sobrevive y paga deudas.

De esos resultados también presume Julio Armas, otro agricultor de la zona. Todos los días madruga a su cafetal, a 20 minutos de Chaguarpamba. Con machete en mano enseña a sus peones a cortar la maleza a cinco centímetros de altura. Así se evita el lampeado, el cual destruye la capa vegetal.

Cuando terminen las cosechas, los campesinos de este cantón lojano esperan transportar 250 quintales de grano a su centro de acopio.

Con ello, este trabajo que ocupa a 450 personas termina. Ellos esperan que el nuevo ciclo empiece otra vez en los cafetales.

La finca de Mora es un área demostrativa donde cualquier campesino de Chaguarpamba puede observar la bondad de producir café orgánico.