En estos días del ellos y el nosotros, dominados por ideas de nacionalidad, raza, etnia, clase, ideología, riqueza, pobreza, hemos visto como se entronizan los estereotipos y los prejuicios, mostrando nuestro desconocimiento del otro.
A medida que ha escalado la violencia de quienes participan en las protestas o el uso de la fuerza de parte del Estado, la división del país se ha hecho más evidente y dolorosa; la idea del ellos contra el nosotros ha tomado cuerpo; se ha convertido en una venda para el dolor ajeno. Finalmente, no importa quien no forma parte de mi clan, de mi casta, de mi grupo; su angustia, su dolor, el sufrimiento parece irrelevante; incluso se festeja la muerte y se pide causar más dolor.
Arendt recuerda que cuando la acción violenta se pone al servicio de un fin político, en muchas ocasiones ese fin es superado por los medios y para el futuro los medios son de mayor importancia que el objetivo mismo. El gran problema con el uso de la violencia para causas políticas es que la acción humana no es predecible, que la violencia se desborda, que termina llevándose por delante todo. Cuando esto termine seguiremos compartiendo el mismo espacio, pero estaremos más fracturados como sociedad.
Detrás de todo esto están los que creen en la violencia, los que la justifican e incluso la festejan, los que con sus profecías autocumplidas y sus cámaras de eco, se mueven con comodidad en el caos, en la incertidumbre, y luego hablan de lo humano, de la empatía y de mirarnos en el otro.
Días en que muchas máscaras han caído o hemos confirmado lo que muchos son. Es una pena por el país, por nuestra sociedad, por quienes no encuentran posibilidad de futuro e indignación, por quienes aprovechan del desencanto y de los que han mirado a otro lado, sin darse cuenta de que su desesperanza es aprovechada por quienes ven a las personas como piezas de un ajedrez con las que juegan en nombre de lo humano.