Como ocurre en todas las capitales de la región, Quito es el patio en el que se resuelven las disputas políticas. Pero la protesta, cualquiera que esta sea, no tiene el derecho a someter a toda una ciudad a intereses que no necesariamente responden a los de toda la población y, posiblemente, ni siquiera a la de la mayoría, que, como en cualquier democracia, se expresa en las urnas.
Tras nueve días del paro nacional decretado por la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador,no hay señales de que se pueda llegar a su finalización. Todo indica que el país está en un punto muerto, en donde solo se enardecen los ánimos de los movilizados, del Gobierno y de quien más aparece perjudicada en esta disputa de poder: aquella ciudadanía que no quiere y tampoco tiene la obligación de participar de la protesta.
Puede que muchas demandas de la Conaie sean legítimas, varias aparecen inviables, pero eso no legitima que los movilizados agredan a esos ciudadanos de a pie. El presidente de la Confederación, Leonidas Iza, pide a sus seguidores que no incurran en el vandalismo ni en la violencia. Pero eso, en realidad, está lejos de cumplirse. Los automotores son apedreados, incendiados; los comercios cierran sus puertas, algunos han sido saqueados; no hay transporte y muchos deben movilizarse a pie por kilómetros; periodistas han sido agredidos por querer informar; ambulancias no pueden trasladar a los enfermos y hasta se escucharon detonaciones en la Ruta Viva, presuntamente de bala.
La única realidad palpable es que Quito está desolada. El paro no solo le perjudicará durante los días que dure, sino que tomará tiempo recuperarse a familias que ya tenían un pasar complicado en sus economías por la pandemia. Al final de la jornada, cuando lleguen los acuerdos y los indígenas vuelvan a sus hogares, se sabrá a cuánto ascienden las pérdidas que dejan estos días de conflictividad e intolerancia. A esa inmensa mayoría nada les salvará de los problemas que tendrá para cumplir con sus compromisos. En eso no piensa el presidente de la Conaie, quien más bien lleva adelante una agenda política de mayor aliento.