“La mayoría me conoce como Angie. Tengo 39 años y hace 24 me dedico al trabajo sexual en el centro de Quito. No me gusta que la gente sepa mi verdadero nombre porque muy fácil juzgan.
Yo quiero dejar este trabajo porque mis hijos ya están grandes. La primera tiene 25 años y no vive conmigo. Los otros dos tienen 18 y 16 años. No quiero que alguien les diga lo que hago y ellos sientan vergüenza. Salgo alrededor de las 09:00 de mi casa en Santa Rita, al sur de Quito, después de cocinar y hacer el aseo. Trabajo hasta las 16:00 o 18:00 hasta completar el dinero para sobrevivir; hago eso de lunes a sábado.
Cada servicio varía entre USD 13 y USD 15. Eso se negocia con el cliente y se descuentan los USD 3 que se paga en el hostal. A veces los clientes son groseros, hasta me han pegado y robado.
Pero no me da pena porque de esos tres o cuatro hombres que atiendo a diario he sacado adelante a mi familia. Peor sería salir a quitarle a alguien sus cosas, eso sí me daría vergüenza. En la pandemia fue lo más duro.
Salía con miedo de enfermarme para conseguir la comida de mis hijos y el arriendo que pago que son USD 140. A veces me tocaba volver sin nada. Sin comer y con frío. Nací en Machala y vivía ahí con mi mamá y mis tres hermanos.
Cuando cumplí 13 años me fui con un novio que era mayor con cinco años. Me quedé embarazada y nos vinimos a Quito.
Cuando nació la bebé me encerró en un cuarto y me obligaba a estar con hombres. Me amenazaba con quitarme a mi hija porque era menor. Tenía miedo y por eso lo hacía. Tres años pasé así hasta que a él lo mataron. Ahí sentí que volvía a ser libre y regresé a mi tierra.
Allá empecé como mesera en las noches. El pago era poquito, creo que llegaba a USD 100 y no me alcanzaba. El dueño me dijo que si brindaba servicios sexuales ganaría el doble.
Mi familia se enteró, mis hermanos y mi mamá me pegaron. Me sacaron arrastrando de la casa. Volví a Quito con la ilusión de tener una nueva vida. Me hice de otro compromiso y me embaracé. Con él repetí la historia y tuve que seguir trabajando en la calle y a veces en centros nocturnos.
Tuvimos dos hijos y me tenía trabajando así. A los dos años de nacido mi segundo bebé, a él (padre) le dio una enfermedad y se murió. Otra vez me quedé sola. Esto es lo único que sé hacer porque no estudié y nunca trabajé en otra cosa”.
INTENTOS
Cada administración municipal ha mantenido conversaciones con grupos de trabajadoras sexuales para reubicarlas en otros puntos. Uno de los más importantes fue en 2003 cuando el entonces alcalde, Paco Moncayo, trasladó a las sexoservidoras a La Cantera, en San Roque. El plan no funcionó.
BENEFICIOS
Según la Secretaría de Inclusión Social, a las trabajadoras se les iba a dotar de carné con información del Registro Civil para obtener beneficios, entre ellos, el acceso a capacitaciones y microcréditos. Finalmente, no firmaron el acuerdo como protesta por la clausura de dos hostales donde trabajan.
GRAN PROYECTO
El proyecto más ambicioso buscaba llevar a todas las trabajadoras sexuales a la zona de El Censo. La antigua infraestructura está a la orilla del río Machángara, cerca del Playón de La Marín. Una vez más la ciudadanía protestó y 10 barrios marcharon en contra de esa posible reubicación.
RELOCALIZACIÓN
Desde finales de 2021 el Cabildo quiteño ha establecido mesas de diálogo para un nuevo intento de relocalizarlas. Ya no se trata de desplazarlas del Centro Histórico sino de que retrocedan una cuadra. Esto con el fin de tener libres las principales plazas del sector y zonas más concurridas.
PROTESTAS
Con cada intento de sacar a las trabajadoras sexuales de las calles realizan protestas frente al Municipio de Quito. En 2015 se enfrentaron al alcalde, Mauricio Rodas, por el intento de trasladarlas a puntos fijos en la Tola Baja, San Blas y la Loma Grande. Los vecinos de esos puntos también se negaron.