El tuitero @Peter_Kant se aprestaba a asistir puntualmente a la presentación del libro ‘Siete’, escrito por el tuitero @Rafaellugon. Estaba listo hasta que recibió la llamada de su esposa, que le pedía dirigirse a su hogar para tranquilizar a los hijos que estaban aterrorizados por una amenaza de terremoto en Quito, con tsunami de por medio.
Llegó al evento bastante atrasado, porque primero cumplió con su deber de padre de calmar la situación en el hogar. Como @Peter_Kant, centenares de personas recibieron el miércoles un comunicado urgente sobre una supuesta Cruz Roja que alertaba de un terremoto de 8,5 grados Richter.
De acuerdo con el documento apócrifo, el epicentro sería Quito y se produciría un devastador tsunami con olas de 15 a 20 metros de altura. En las redes sociales se desató ese día una ola de comentarios y reacciones, en su mayoría de miedo, pero también de llamados a la sensatez.
Pocos habían reparado en el absurdo que en Quito, ciudad mediterránea y por lo menos a 350 kilómetros de la zona costera, la posibilidad de un maremoto es absolutamente descabellada. Para muchos fue suficiente leer las dos o tres primeras líneas del ridículo comunicado para entrar en estado de pánico.
La posibilidad de predecir un terremoto es hasta ahora un tema que ningún técnico ni científico puede sostener. Es prácticamente imposible, incluso para los japoneses que sufren constantemente fenómenos telúricos y cuentan con sofisticados sistemas de prevención de desastres.
Los volcanes sí se pueden monitorear mediante la instalación de equipos que miden los movimientos sísmicos. Mediante esa información se puede predecir una erupción y así alertar a la población sobre peligros inminentes.
Predecir un terremoto, con cuatro horas de anticipación como señalaba el comunicado firmado por una supuesta ‘Internacional Cruz Roja y Organización Meteorológica Mundial’, es ridículo.
Las redes sociales se dispararon ese día, los correos electrónicos también, los reenvíos se multiplicaban y el pánico se apoderó de muchos. La verdadera Cruz Roja y el Instituto Geofísico reaccionaron para desmentir el desaguisado.
Sin embargo, quedó en el ambiente la sensación de desprotección frente a tamaña irresponsabilidad. Entre los comentarios enviados vía Facebook hay uno digno de destacar, el de José Rivera: “Definitivamente, las redes sociales en manos de gente inescrupulosa son un arma peligrosa”.
Tiene razón. Mediante las redes hay muchos que fungen de investigadores, analistas, periodistas y expertos en todo. Lo que falta es responsabilidad para asumir lo que se dice. Nadie cuestiona el derecho que tienen las personas a expresarse libremente en Facebook o en Twitter, pero hay que hacerlo con responsabilidad y sin afectar al prójimo.