Por estos días, Fukuyama debe estar haciéndose preguntas. Su rigor académico debe haberlo llevado a dudar críticamente sobre el optimismo subyacente de sus teorías elaboradas en los años 90 que sugerían que había triunfado la democracia liberal y que esta iba a prevalecer en el mundo por sobre el resto de sistemas políticos contrarios a la democracia, que habían atribulado a la humanidad.
Lo cierto es que 20 años después, su pronóstico resultó equivocado. Ni la historia llegó a su fin, ni la humanidad logró superar algunos de los dilemas planteados por los regímenes totalitarios del siglo XX. Hoy vivimos épocas extrañas en que los emblemáticos símbolos del capitalismo se encuentran cuestionados, o al menos en decadencia severa. Que escenas de un alicaído Wall Street se mezclen con imágenes de ‘occupiers’ desalojados con violencia, es sintomático de los tiempos que corren.
El camino hacia la democracia también ha sido más sinuoso y complicado de lo que parecía. El período de transición que se suponía tendría un final feliz, hoy se encuentra aproblemado. La transición “temporal” no desembocó en la mayoría de casos en democracia, y en muchos otros, las falencias transitorias se volvieron permanentes. Así, es cómo surgieron estos sistemas híbridos, a mitad de camino entre las democracias plebiscitarias y los autoritarismos competitivos que han logrado fundir herramientas de la democracia formal (legitimación por la vía de elecciones), con ciertas prácticas antiguas de control estatal – aunque ahora con un mayor grado de sofisticación- para llegar a una mezcla perfecta de nuevo capitalismo estatal.
La Revista The Economist ha publicado en días pasados un reportaje completo sobre el resurgimiento del capitalismo de estado sobre la que operan algunas de las economías emergentes más pujantes del mundo.
El reportaje evidencia cómo estos regímenes han podido adaptarse de forma hábil a los retos de la globalización. De hecho 13 de las empresas petroleras más grandes del mundo son empresas estatales que cotizan en Bolsa, y que han sustituido a los antiguos burócratas por gerentes profesionales, cuya gestión es cercanamente evaluada.
De hecho, más allá de la retórica anticapitalista y contra hegemónica sobre la que estos regímenes pretenden erigirse, su base operativa sigue siendo el viejo sistema denostado. Por eso el Economist concluye acertadamente diciendo que la batalla en el siglo XXI no será entre el capitalismo y el socialismo, sino entre dos versiones diferentes de capitalismo.
Tan pronto entendamos eso políticos, empresarios y analistas dejaremos de prestarle atención al ruido montado para distraernos y aprenderemos cómo lidiar, combatir y entender al nuevo/viejo esquema.