El vaso se derramó finalmente, por alguna gota de aquellas que se volvieron parte de la artillería retórica pesada del Régimen en contra de los EE.UU. Durante 7 años, al oficialismo le resultó efectiva la estrategia de inflar su discurso antiyanqui, “soberano” y “digno” mientras se mostraba más o menos pragmático en sus acciones con los EE.UU., aparte de los obvios golpes sobre la mesa. Pero la línea era quizá tan delgada, que terminó por romperse el día que el Gobierno de EEU.U. decidió cancelar el programa de cooperación, que a través de la Usaid, brindaba al país.
Y es que la indulgencia con la que el país del norte respondió a los desaires previos (salida de la base de Manta, expulsión de funcionarios incluidos a la embajadora Heather Hodges, anunció de expulsión de la Usaid un año atrás y constantes ofensas de sábado) era con certeza sorprendente, pues lucía como que cada uno de estos actos supuestamente revolucionarios y heroicos -a la David contra Goliat-, no traía cola alguna de consecuencias negativas hacia nuestro país, y que eran tolerados con una predisposición inusitada.
La conjetura era que probablemente nuestro socio se encontraba, él mismo atravesando una crisis de proporciones a nivel interno, que poca atención le otorgaba a las acciones adoptadas por los países por fuera de su órbita de interés prioritario, y por eso había adoptado una postura de “laissez fair, laissez passer” ante el pequeño rebelde.
La otra hipótesis era q ue en un intento por contener una fuga más radical de parte del gobierno de Correa hacia el modelo chavista, los EE.UU. se hacían de la vista gorda frente a estas acciones, y procuraban fijarse más en los hechos concretos que en el inflado discurso, para contener la vertiente antiimperialista del Régimen.
Al parecer hubo un poco de las dos cosas en el devenir de esta relación tormentosa de amor-odio entre ambos países, hasta que la represa no pudo contener más el agua que le empujaba y se rompió el dique.
Lo que ha sucedido es significativo. La cooperación estadounidense había permanecido por más de 60 años en el país, haciendo contribuciones de diversos tipos al Ecuador. Pero sobre todo era el símbolo del “good will” o de la buena voluntad entre ambas naciones. Constituía la evidencia de la relación estrecha con nuestro principal socio comercial.
A pesar de que seguramente el Gobierno responderá con su clásico “que le vaya bonito”, la interrupción y ruptura del diálogo bilateral es negativo para el Ecuador. Está en su interés soberano el preservar la relación, más allá de que quiera insistir en la extraña teoría de que el interés pragmático de un país pequeño como el nuestro se construye a base de actos simbólicamente soberanos, pero prácticamente inútiles y, hoy por hoy, dañinos.