Son siete años de revolución ciudadana, siete años de cambios y transformaciones que se evidencian en mejoras sustantivas en la construcción de la infraestructura que toda sociedad moderna requiere: carreteras y autopistas, escuelas y hospitales, aeropuertos, etc. Pero junto a estas realizaciones emerge una dura sospecha, la revolución ciudadana carece de ética; está plagada de moralismo pero no tiene ética.
Los últimos acontecimientos de persecución e incriminación judicial a comunicadores y activistas políticos lo ratifican: la revolución no acepta que se discutan sus logros, que se investigue sobre su gestión del poder, no entiende la necesidad de la transparencia en la gestión de lo público; al contrario, ha diseñado un entramado institucional de concentración de poder dirigido a blindarla de cualquier intento de examinación o rendición de cuentas. Jueces y fiscales se han convertido en instrumentos de persecución e intimidación. La sospecha de la existencia en la revolución ciudadana de un colosal déficit de eticidad, comienza a martillear incluso en las ‘mentes lúcidas’.
La ética tiene muy poco que ver con las carreteras y el pavimento, incluso con las escuelas y los hospitales, peor aún con las cárceles y con los códigos penales. La ética, más que ser un contenido claramente aprehensible que se cristalice en códigos deontológicos o en valores indiscutibles que se imponen como verdades incontrastables, es la actitud de observar con asombro cómo todo lo que se creía absoluto, al analizarlo se vuelve relativo e impreciso. La ética está vinculada al libre juego de las interpretaciones que toda realidad suscita y promueve; tiene que ver con la condición humana del error y de la incertidumbre, que produce el dejarse llevar por la relatividad con la cual observamos la realidad. La paradoja moderna consiste justamente en este ejercicio de relativización de todo aquello que consideramos y defendemos como absoluto. La ética no puede reducirse a las normas y regulaciones que pretenden acotarla y reducirla, pero no puede prescindir de la imparcialidad de la norma y de la ley para manifestarse y reproducirse.
La revolución ciudadana no quiere estas divagaciones, no soporta el relativismo de las condiciones humanas, la revolución está comprometida con la verdad absoluta, por ello no puede existir la duda; todo aquel que instale la duda y la relatividad sobre los asertos revolucionarios será duramente perseguido y castigado. La verdad absoluta es incorruptible y no puede ni siquiera prestarse para ser caricaturizada. La revolución es totalitaria al querer construir el camino de la verdad; la realidad del mundo es la del ensayo permanente, la de la prueba y del error, y debe por tanto estar absolutamente comprometida con el ejercicio de la libertad.