El voto ciudadano propinó un severo castigo al Partido Socialista Obrero Español (PSOE), del presidente Rodríguez Zapatero. El resultado electoral fortifica a su rival, el Partido Popular, y lo coloca en primera línea para las próximas elecciones.
España vive una monarquía parlamentaria. El Rey es el Jefe de Estado y el Gobierno emana de los acuerdos en Las Cortes (Congreso), en función de la obtención de la mayoría de votos.
Tras la dictadura de Franco, caudillo que gobernó desde el final de la Guerra Civil (1939), la transición acordó un camino de gobernabilidad: el Pacto de la Moncloa.
Un partido de centro, primero, y luego la alternabilidad del PSOE (socialdemócrata) y el PP (derecha) hicieron gobiernos sucesivos. El esquema funciona en una economía de mercado con mayor o menor énfasis en lo social. Un péndulo de leves variaciones ha inclinado al electorado indeciso.
Pero ahora el PP se impuso en las elecciones seccionales con más de 10% de diferencia. Algo digno de resaltar: tras la derrota, el presidente Zapatero felicitó al PP, un gesto caballeroso que en nuestra práctica política es impensable.
El líder del PP, Mariano Rajoy, pide elecciones anticipadas (algo normal en el parlamentarismo). El Presidente del Gobierno prefiere completar su ciclo pero designa sucesor al ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba. Carmen Chacón, ministra de Defensa, declinó sus aspiraciones.
Las elecciones se dieron en medio de la protesta de los “Indignados”. Miles de jóvenes inspirados por dos ancianos, se manifiestan contra el sistema (como en la primavera árabe o nuestros “forajidos”).
En suma, un giro político en una España con un 21,3% de desempleo y afectada por la crisis europea.