El poder Talibán crece. Mientras el mundo mira perplejo el drama humanitario en ese país, tomado por las fuerzas integristas radicales, los gobiernos extranjeros y de las potencias hacen poco o se desentienden.
El Talibán y su paulatino avance provocaban poco a poco la salida de caravanas humanas hacia varios países vecinos. Las personas huyen aterradas de la instauración de un emirato que ya demostró, cuando fue gobierno, sus posturas fundamentalistas y atentatorias contra los derechos humanos, en especial contra las mujeres.
Ayer, el G7 mantuvo una reunión, por iniciativa del Primer Ministro del Reino Unido, con el fin de pedir a Estados Unidos la extensión de la presencia de sus tropas en el país asiático, para garantizar los procesos de evacuación. No se logró.
El presidente Joe Biden ordenó en abril el retiro de tropas, que debía concluir este fin de mes. La decisión, empero, ya la había tomado el anterior presidente, Donald Trump. La razón principal es el costo de vidas humanas y la exacción de recursos al contribuyente estadounidense.
Mientras millones de personas clamaban por el retiro de tropas por la razón expuesta o por criterios político frente a la permanencia de tropas de ocupación, ahora la moneda se da vuelta y se clama la permanencia por razones humanitarias. Son algunos de los tantos contrasentidos de la historia en una ríspida geopolítica relativa a Afganistán, su ubicación estratégica y los intereses de los países vecinos y de las potencias.
La instauración del nuevo emirato, la huida del Presidente afgano, la expresión del poder Talibán y el recuerdo de sus prácticas integristas vuelven a estremecer a Occidente.
Mientras los talibanes van adueñándose de las posiciones de poder y cercando el aeropuerto internacional de Kabul, otros países abogan por el establecimiento de corredores humanitarios. El mundo espera una ola de refugiados; países como Ecuador han decidido otorgar recepción temporal a familias que huyen del país asiático hasta que puedan viajar a Estados Unidos.