Los Hermanos Musulmanes están en el poder y desde allí anunciaron el triunfo de la Constitución propuesta en referendo al pueblo. Pero las denuncias de fraude ponen en riesgo la estabilidad de ese país norafricano.
Desde las protestas populares de la ‘Primavera Árabe’, hace ya dos años, Egipto no ha tenido un tiempo de paz. La tensión política que acabó con el Régimen civil-militar de Hosni Mubarak y el triunfo del académico musulmán Mohamed Mursi no fueron el bálsamo que la mayoría está esperando para vivir en paz y decantarse a una forma más democrática de la concepción del poder, tras años de regímenes autoritarios y militares.
Los Hermanos Musulmanes ganaron las elecciones presidenciales y propusieron un modelo de Constitución denunciado como excluyente para las minorías y sectores liberales por el Frente de Salvación Nacional, la oposición civil laica.
Los actuales gobernantes habían sido liquidados materialmente después de su influencia política en el primer cuarto del siglo XX. El Gobierno civil de Gamal Abdel Nasser los persiguió y asesinó a sus líderes; permanecieron al margen del acontecer político durante los regímenes sucesivos de Anuar el Sadat (asesinado) y la larga investidura de Hosni Mubarak.
La renuncia del vicepresidente pone otro factor de incertidumbre a un país que merece la armonía indispensable entre sus fuerzas civiles y sus creencias religiosas para vivir una paz que, de momento, es esquiva.