La unidad de Europa en torno al sistema de moneda común se juega en estos días cartas fundamentales. Las grandes decisiones de políticas monetarias del Banco Central Europeo (BCE) deben buscar soluciones urgentes para dos países que presentan problemas severos: Grecia y España.
La crisis griega desatada hace más de un año se descubrió por los serios retrasos en los pagos de sus obligaciones. Una deuda que excedía con creces la relación aconsejable con su Producto Interior Bruto, así como un crecimiento exagerado -más allá de sus posibilidades- de los recursos destinados a subsidios y atención social, tornaron el manejo insostenible.
La crisis trajo consecuencias internas, dimisiones y cambios políticos y una nueva apuesta a resolver en las urnas un problema ya crónico. Es muy probable, casi una certeza, que el resultado electoral ni traerá soluciones.
Es el debate de los tiempos que recurre a la dicotomía de los últimos años. El dilema entre la austeridad y el crecimiento alentado por el Estado. El pulso entre el Estado de bienestar y el modelo liberal. La solución no es fácil.
El riesgo tremendo es que la crisis griega puede agrietar la unidad monetaria. A ella se suman las fisuras españolas y la debilidad de la banca. Habrá una reunión entre Mariano Rajoy (presidente del Gobierno Español ) y Ángela Merkel (primera ministra de Alemania). Se trataría sobre el posible auxilio del BCE a España.
Si se va Grecia del sistema, el efecto dominó sería inevitable; si España le sigue, la moneda única naufragaría. Lo saben los grandes. Alemania y Francia, con nuevo mandatario, juegan un rol fundamental. En Bruselas sería la cita clave.
Una debacle europea tendría repercusiones planetarias.