El dolor se impregna en las calles y rutas del Ecuador. No solamente los accidentes en carreteras sino la muerte de ciclistas exigen que la sociedad remueva su conciencia. Salomé Reyes fue atropellada el sábado. Había participado en una carrera exigente y su preparación física era constante.
Otros aficionados al ciclismo también fueron víctimas de brutales tragedias. Hace poco su propio primo hermano también fue atropellado. Los compañeros de Soledad hicieron un plantón. Se juntaron en la Tribuna de los Shyris, en el parque La Carolina, fueron al Cabildo y pidieron medidas urgentes. Desde la rabia, la impotencia y el dolor debemos hacer algo. Debemos hacer muchas cosas.
Quito cuenta con 14 kilómetros de vías exclusivas para ciclistas. Están en los parques pero hay tramos dispersos que no están conectados. La Ley garantiza la circulación, pero ni calles ni carreteras prestan las condiciones. Con el tráfico pesado, no hay espacio para ciclistas y motociclistas que hacen piruetas y se juegan la vida en cada palmo. Aparte de la indolencia de los conductores para con los ciclistas, muchos de ellos no circulan ni con cascos ni con rodilleras, una norma que debieran observar a rajatabla por su integridad. Los que circulen de noche y madrugada deben tener luces y ropa reflectiva.
Algunos deportistas debieran ser respetuosos con los peatones y no subir a las veredas. En los parques hay algunas ciclorrutas señalizadas, que sin embargo no son respetadas. Peatones y ciclistas imprudentes han provocado más de un accidente, cuando lo razonable debe ser que unos y otros convivan en estos espacios de recreación. Hay que construir ciclovías exclusivas, pero sobre todo formar una cultura de respeto, porque en cada peatón y en cada ciclista hay una vida de una persona con derecho a ser feliz.