Cada día se descubren los truculentos detalles de la muerte de Karina del Pozo, de 20 años, asesinada brutalmente por sus propios amigos, según las confesiones que van desmadejándose de la investigación policial.
Desde el dolor, cabe ensayar algunas reflexiones útiles en un país cada vez más violento, donde la inseguridad cunde y cobra víctimas inocentes.
Una primera lección la dieron sus familiares y conocidos al desplegar una campaña con todos los medios a su alcance para buscar a la chica echando mano de hojas volantes, fotos en redes sociales y comunicados. Es un mecanismo que puede funcionar. Talvez sea una práctica manera de afrontar los casos de desapariciones que, según los datos publicados e investigados por nuestra Redacción, son mayores en jóvenes y mujeres.
Otro aspecto digno de resaltar es la celeridad y eficiencia de las instancias policiales y la oportunidad para conducir las pesquisas hasta arribar a conclusiones dolorosas, pero certeras sobre el asesinato.
Pero hay una lección que no debemos perder de vista y es el contacto familiar y de amistades para conocer mejor la vida de nuestros seres queridos y brindarles apoyo y calidez. Espeluzna que en un episodio de drogas y alcohol la muerte haya sido el epílogo y los presuntos perpetradores sus propios amigos. Una señal de la descomposición de la sociedad y de las alertas que debemos encender.