El motín carcelario que enlutó al Ecuador este martes tiene particularidades nunca antes vistas: la crueldad de los asesinatos y la simultaneidad.
Así fue como en Cuenca, Guayaquil y Latacunga, los mal llamados centros de rehabilitación estuvieron largas horas bajo fuego cruzado y varios reos fueron tiroteados y pasados a cuchillo hasta sumar 79 muertos.
La tragedia carcelaria muestra la impotencia y el descontrol gubernamental. Si un triste boletín de prensa emitido ayer decía que la autoridad ya está ‘controlando’ la situación, la palabra imprecisa desnuda una situación que muestra todo lo contrario: las cárceles no están bajo control de autoridad alguna, es más, son las mafias de criminales organizados con membretes rimbombantes, operadores de secuestros, asaltos y asesinatos en la calles y con cabecillas tras las rejas o en libertad, las que verdaderamente ‘controlan’ la situación, desatan la violencia y se disputan territorios y millonarios botines dentro y fuera de prisión.
La Policía muchas veces se apuesta en las afueras o en los techos de los centros penitenciarios a observar la situación, se muestran pasivos, no actúan usando progresivamente la fuerza para impedir los tiroteos y el imperio del caos en las prisiones.
La sociedad está cansada de los eufemismos, que les digan centros de rehabilitación cuando más parecen escuelas del crimen.
Que la realidad muestre que entre esos detenidos, un 40% no tiene sentencia. Y corren serio riesgo.
Que hace unos años la arrogancia del poder haya hablado de penitenciarías de lujo y que la sangre llegue al río tan a menudo solo muestra la hipocresía del poder político frente a una brutal y sangrienta realidad.
Si el año 2018 estuvo signado por los motines carcelarios, si se demostró que las mafias operan dentro y hacen jugosos negocios con droga, armas y hasta venta de productos, el estado de excepción no surtió efecto.
Hace falta una reforma integral. Hacer más cárceles no soluciona nada, si en su interior las bandas ordenan asesinatos o se aniquilan entre ellas ante una ciudadanía indefensa.