Hace siglos se cocinaba una supuesta modernidad cuyo lema era construir los caminos para que la humanidad ejerciera la razón y la democracia con el fin de llevarla de la barbarie a una Tierra altamente civilizada. Pero ¿desde donde se construía esta panacea llena de argumentos “inteligentes” y, a quienes verdaderamente serviría este mundo libre de atraso? Antes y después de la Revolución Francesa que tanto impacto ejerciera no solo en Europa sino en las tierras por ellos dominadas, americanas y luego africanas y asiáticas, el poder blanco se había dedicado a construir decálogos de razones para ejercer su autoridad a como diera lugar. Los negros podían ser esclavizados institucionalmente puesto que al ser de otra raza, religión y cultura los europeos justificaron esta atrocidad nacida en el siglo XVI como algo moral y políticamente aceptable. Detrás de estas decisiones estaba la extracción de materia prima y la necesidad de mano de obra barata que hiciera la extenuante labor de extraerla. Oro, algodón, tabaco, azúcar, marfil, daba igual mientras los mercados así lo demandaran. Y aunque la esclavitud negra se abolió para mediados del siglo XIX, Brasil por ejemplo, la siguió ejerciendo. La región sureña del café obligó a una trata de esclavos interna, amén de la importación de trabajadores pobres de España e Italia. Recién en 1880, hace tan solo 140 años esta fue finalmente erradicada.
Por los mismos años en que los negros celebraban su independencia, los indígenas en distintos lugares de América seguían siendo trabajadores forzados en la construcción de tramos ferrocarrileros que servirían para que el mismo poder blanco transportara nuevas materias primas en demanda: cobre chileno, guano peruano o caucho de las selvas amazónicas brasileñas o ecuatorianas. Cincuenta años después la cosa seguía más o menos igual, el poder blanco seguía usando y abusando de poblaciones campesinas e indígenas pobres. Y después vino el boom petrolero de los 70 y la mano de obra era (es) tan importante como el territorio donde se asentaban estos aún “salvajes” y “poco productivos” habitantes “no contactados”.
El poder blanco institucionalizado con mandatarios como Bolsonaro simple y llanamente los erradica, o como con Duque y la marcha de La Minga que llegara este lunes a Bogotá con varias demandas bajo el brazo: una de las más fuertes vuelve a hacer referencia a la usurpación de sus territorios en favor de las petroleras, coqueros y otras multinacionales.
El poder blanco sigue extrayendo y proveyendo materia prima a las regiones más ricas del mundo a costa de sus propios conciudadanos, a costa del agotamiento de sus propios recursos naturales. Son las verdaderas víboras de la explotación, y con todos los avances del mundo no conocemos aún la forma de erradicarlos.