El amor de esas madres, su tenacidad y coraje, lograron lo que pocos se imaginaban, que aquella banda de delincuentes perversos liderada por “El Abuelo”, sea condenada por la justicia a más de veinte y cinco años de prisión por el delito de trata de personas con fines de explotación sexual.
Hace unos meses, en otra de las líneas investigativas que seguía la fiscalía, un miembro de la organización criminal ya fue condenado a treinta y cuatro años de prisión por la violación y muerte de Carolina, una joven de quince años que, con engaños, fue reclutada por la banda de cafiches, pervertidos y asesinos que terminaría con su vida.
Hay muchas otras víctimas y muchas familias que no tienen el consuelo de saber que los victimarios de sus hijas, los miserables que acabaron con la inocencia de sus niñas, los malditos que por desgracia se atravesaron en el destino negro que les aguardaba agazapado en algún rincón de su vida, como en este caso, se pudrirán tras los barrotes de una celda opresiva, entre la pestilencia y la inmundicia de otros seres ignominiosos como ellos mismos, y que, seguramente, esperamos, nunca saldrán vivos de aquel infierno.
Ayer fue Carolina, antes Martha, Diana y Karina, y hoy, en cualquier momento, quizá en este mismo instante, otra niña, otra joven, otra mujer caerá en las garras de la violencia, y será acosada, golpeada, violada, secuestrada o asesinada, y su rostro inundará las pantallas y cubrirá los portales y muros con la súplica desesperada de su familia que verá como se deshace su vida.
Las mafias, como ésta que acaba de caer por acción de la justicia, alcanzan con sus tentáculos todos los espacios de la sociedad que les permiten mantenerse a salvo, quedar en impunidad y, mientras les sea posible, seguir lucrando de un negocio vil como el de la prostitución y la trata de personas, pero no debemos olvidar que todos los miembros de la sociedad somos responsables de esto por acción u omisión.
En el caso de Carolina y de las otras víctimas relacionadas con esta banda, sus influencias no sirvieron para ser exculpados, y solo el amor, el dolor y la valentía de sus familiares, lograron que se hiciera justicia. Sí, hoy ellos han sido condenados, pero en muchos casos las mafias se sirven del poder, manipulan o corrompen a la justicia y otras personas a su alrededor para encubrir, ocultar, evadir o disfrazar sus crímenes.
Todos somos responsables por lo que sucede en nuestra sociedad. Somos responsables por callar frente a la prensa que también calla o evita llamar a los crímenes contra las mujeres por su verdadero nombre. Somos responsables por disimular y ocultar el machismo y la violencia que domina la sociedad, por la cobarde defensa de género que se convierte más tarde en complicidad o incluso en autoría. Somos responsables porque esas bandas que secuestran niñas o jóvenes para ser prostituidas, aún tienen clientes para un negocio tan rentable como siniestro.